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miércoles, 13 de julio de 2011

Culpa

Los hechos suceden, la realidad es tozuda y el mal existe consustancialmente con la vida. Hay asesinatos, traiciones, mentiras, desde que el hombre es hombre y vive con otros hombres. Sin embargo la idea de la culpa, de la responsabilidad es un concepto más sofisticado, que comienza a dibujarse con el primer crimen, el cometido por Caín contra Abel. Hubo una muerte, hubo un asesino y un asesinado en los albores de la humanidad, y la biblia nos aclara sin atisbo de dudas quién hizo qué.
En la realidad los hechos son siempre más sinuosos. No siempre está el ojo divino observando las andanzas de los pobres mortales; no siempre se cometen los delitos en presencia de testigos. No siempre quedan huellas delatoras en los lugares de los hechos. En muchos casos el momento atroz del  crimen queda en la retina del asesinado, que se lleva con su último suspiro ese secreto entre dos personas. Cuando la investigación no puede ir más allá, cuando no hay evidencias, cuando no hay huellas evidentes comienza el dilema moral del juzgador.
Así ocurre estos días en esta ciudad con uno de los crímenes que lleva varios años sacudiendo las primeras páginas de los periódicos, y haciendo como es habitual en estos casos haciendo banderías entre periodistas y ciudadanos. Una joven, que compartía apartamento con una amiga amaneció hace unos años muerta en su cama, con señales evidentes de violencia, pero sin que aparentemente se hubieran forzado las entradas de la vivienda, ni hubiera habido signos de lucha. Tampoco había más huellas que las habituales de su compañera de apartamento, y no se encontró ningún objeto ni ningún elemento que condenara o exculpara a su compañera. A lo largo de este tiempo las opiniones se han dividido entre quienes con la familia de la víctima, a falta de otros sospechosos, culpa a la antigua amiga y compañera de apartamento, y quienes ante la ausencia de evidencia, creen a la familia de la sospechosa que resalta una y otra vez su amistad con la fallecida y su inocencia.
Dura tarea la del juez, o si se trata del derecho anglosajón, la de ese jurado que debe decidir en horas sobre la inocencia o culpabilidad de una joven articulada, educada y con un futuro por delante. Finalmente, ante la ausencia de pruebas concluyentes, los jueces dejaron en libertad a la sospechosa, quien celebró con sus familiares y amigos esta exculpación. Pero no podemos dejar de temer una sonrisa torcida, una mirada oblicua, un gesto que nos indique como en las buenas películas de abogados, que tras la absolución, una nueva sospecha de culpa se desliza en nuestras conciencias, que en esos instantes terribles que precedieron a la muerte, alguien blandió la maza, alguien propinó el golpe, y no sabemos quién fue, o tal vez sí pero no hemos podido desvelar las últimas imágenes guardadas en una retina que agoniza.
La duda, la culpa, la inocencia nos persiguen sin llegar nunca a una respuesta concluyente, dejando siempre una pregunta en el aire y la constancia de nuestra incapacidad para alcanzar la verdad.

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