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martes, 31 de mayo de 2011

O tempora, o mores

Triste Europa. el estribillo de una canción decía que "cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana". A golpe de titulares, de sospechas, de insidias, la utopía europea está rodando por la pendiente del desamor con una velocidad creciente. Ahora son los pepinos y legumbres españolas injustamente señaladas como las causantes de la epidemia alimentaria que ha brotado en Alemania. La mera sospecha de la procedencia española de estos alimentos ha generado una bola de nieve, por la que los consumidores europeos, tan integrados, tan representados en nuestras instituciones y parlamento, han decidido exorcizar sus fantasmas absteniendose de comprar productos sospechosos venidos de un vecino a lo que se ve poco fiable. Ni los controles, ni las normas comunitarias, ni el mercado interior. En tiempos de zozobre nada vale, y volvemos a nuestros temores y recelos originales.
¿Será esto un síntoma de la descomposición de Europa? Por si sola, la guerra del pepino puede afectar a un sector sensible de la economía española pero no parece que pueda poner en riesgo los logros de más de cincuenta años de integración europea. Sin embargo, esta última crisis es un síntoma más de la mala salud de esta integración ciclópea, antihistórica y forzada, que había sido sorprendentemente exitosa. La falta de solidaridad interior, la incapacidad de generar un consenso sobre las metas de futuro de 27 países con diferentes ritmos y distintas ambiciones; la falta de liderazgo y de claridad en nuestra posición ante el mundo contribuyen a generar dudas sobre este entramado institucional del que estábamos tan orgullosos hasta hace unos meses.
Hace tiempo que tengo para mí que la presencia de España en Europa debería cambiar. Que el entusiasmo inicial, los buenos resultados de nuestra adhesión, la legitimidad democrática, nuestra pertenencia a un grupo exitoso y activo mundialmente, los fondos transferidos para alcanzar la renta media europea; han de dar lugar a otro tipo de presencia en una Europa más amplia, más diversa y menos ambiciosa.
Tal vez esta última crisis nos haga ver el lado más oscuro de la integración, o de la desintegración; los temores nacionales, los recelos, los intereses pequeños frente a las ambiciosas proclamas. Es muy probable que todo esto, que dejará una situación más triste en nuestro país, se difumine en pocos días en el ágora eruopea entre otras noticias no menos inquietantes, pero algún rastro de duda quedará en la conciencia de un país que había sido europeísta desde el primer día, sin ningún atisbo de crítica.
Y lo peor de todo esto. ya no nos queda ni Alemania como espejo donde mirarnos. Los nervios, la inseguridad con la que han manejado sus autoridades este asunto, no los hace mucho más creíbles que otros gobernantes en estos tiempos espesos. Y para colmo de males, el gobierno conservador, víctima del pánico ante la catástrofe de Fukushima, anuncia el abandono de la energía nuclear en 11 años, abriendo un nuevo foco de tensión con su vecina y nuclear Francia.
O tempora, O mores¡ se quejaba Cicerón deplorando la perfidia y corrupción de su tiempo.

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