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martes, 17 de mayo de 2011

Mayo traicionero

Sería por mayo hace un año, cuando tuve que viajar por razones profesionales a una coqueta ciudad centroeuropea y donde conocí a una pareja que había comenzado su andadura en común después de sendos fracasos matrimoniales. La vida transcurría placenteramente para ambos, con una prestigiosa posición social como jefes de sus respectivas organizaciones, con una residencia palaciega y con todos los aditamentos que una rica vida cultural puede ofrecer a los espíritus refinados. Solo una pequeña sombra acechaba esta alegre convivencia. Unos errores de juicio en materia de personal habían generado un mal ambiente laboral en el trabajo en el que él era el director, y posiblemente en relación con eso, se había producido una denuncia por acoso sexual por parte de una empleada en principio sin mucho fundamento. Una de esas denuncias difíciles de probar, en las que todo se basa en la percepción de los hechos, en el valor de los indicios, en las que al no haber testigos ni evidencias todo queda abierto al juicio de quienes escuchan las diferentes versiones.
El veneno, la insidia plantada con esta acusación, incongruente con la imagen de una pareja que empieza de nuevo, que  se busca y se encuentra en una situación tan favorable, comenzó a calar en el entorno, y en los círculos distinguidos de la ciudad. Como una serpiente el rumor se hizo patente, y día a día fue más difícil de ocultar esa sombra, ya líquida que empañó definitivamente esa idílica situación.
Al volver de ese viaje asistí a una cena en casa de unos amigos, que no atravesaban su mejor momento como pareja, y que se esforzaban por salvar las apariencias o buscaban reencontrar la senda de la convivencia, invitando a amigos en cuya presencia en otros momentos habían sido felices. El alcohol y las sonrisas se unieron para conjurar por unas horas el germen de la destrucción,  y ni siquiera la tarta Sacher que les traje de mi viaje pudo endulzar los últimos días en común de esa pareja. Fue más fuerte el sabor amargo del chocolate oscuro que los diálogos forzados o los recuerdos almibarados que pretendimos recuperar.
Hoy, un mayo después, un año más tarde, la primera pareja ha perdido su posición de privilegio; abandonaron la vieja capital perseguidos por un oscuro presagio de venganza que comenzó con alguna decisión errónea y continuó con esa acusación de diabólica prueba. La felicidad, la seguridad, la esperanza que entonces guardaban se diluyó en cuestión de semanas y hoy deambulan por Madrid preguntando qué fue lo que pasó, en qué momento se jodió todo eso. Frágil y esquiva es la felicidad y múltiples los caminos por los que podemos extraviar el sentido.
La otra pareja se separó finalmente, dejando atrás un rosario de reproches y de desencuentros, y nosotros observamos cómo la convivencia se puede romper a pesar de convicciones y deseos, cuando hay otros deseos más fuertes, o más bien cuando el germen de la destrucción se filtra por las rendijas de una casa.
Hoy, en mayo guardo esos recuerdos en la distancia de la ciudad adonde he decidido partir, recordando lo circunstancial de las situaciones, la vulnerabilidad de la condición humana, provechando esos momentos de efímera felicidad que los dioses nos conceden en su benevolencia.

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