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jueves, 21 de octubre de 2010

Vanidades

Sic transit gloria mundi. ¡Qué raudo pasa el tiempo, especialmente cuando se pasa bien¡. Pero no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se salde. Todo depende de la medición, siempre incierta, de esa esquiva dimensión temporal.

Las lágrimas, el sonrojo, la sorpresa, acompañan a los cambios, a los ceses en los puestos de responsabilidad. Como si los cargos fueran eternos, como si los políticos se creyeran de verdad ese axioma según el cual deben actuar todos los días como si fueran a seguir de por vida. Por ello, el cese del ministro de asuntos exteriores de España, con lágrimas, emoción y estupor llega a todos los informativos.

Así son las cosas y así las vemos nosotros. Uno de los componentes más sólidos del poder es el poder de "nombrar", esa capacidad demiúrgica de actuar sobre los hombres, de decidir su destino, de dar y de quitar. Y pocos políticos tienen más poder de nombrar que un ministro de Asuntos Exteriores. En el caso de España, casi doscientos nombramientos de altos cargos que son propuestos al Consejo de Ministros y que cambian la vida de esas doscientas personas por unos años. Y de los salientes, que también son nombrados en la forma pasiva.

La estupefacción, la sorpresa, el por qué a mí, con lo mal que me viene en este momento. Esa es la regla habitual de los nombramientos. Se atribuye a Napoleón la frase de que "cada vez que nombro a un general dejo a cuatro descontentos y a un desagradecido". Esa es la otra cara de la moneda del poder. Y ahora le toca al alguacil  ser alguacilado. El ministro de asuntos exteriores se va con la nostalgia de los viajes en primera, de la adulación, del confort del poder, en su frivolidad o petulancia llega a nombrar entre los elementos de su nostalgia la "gastronomía y la bebida" de este Palacio de Santa Cruz, la mejor del gobierno. Esto el mismo día en que se publica el dato de la pobreza en España. Esa España que nos deja el Ministro, asentada ya en la segunda división mundial.
¡Vanidad de vanidades y todo es vanidad¡

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