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sábado, 2 de octubre de 2010

Galería de santos laicos. 7 Lula Da Silva

Ardua tarea la de hacer un retrato de Luis Ignacio Lula da Silva sin caer en la hagiografía. Su sonrisa contagiosa, su aire bonachón, la mirada entre inteligente y pícara le ganan de primeras la benevolencia del público.

A punto de entregar la presidencia de Brasil con una popularidad del 85%, con un crecimiento del PIB de dos dígitos, con unos resultados notables en la tarea de erradicar la pobreza en su país, y con una pujante clase media que se incorpora a la sociedad de consumo, Lula mira con satisfacción su obra; su país.

Hijo de una familia numerosa, cuyo padre trabajaba en el puerto de Santos, Lula debió ganarse la vida desde niño ejerciendo todo tipo de oficios, y completando una formación técnica en calderería, que le permitió entrar a trabajar en el poderoso sector industrial brasileño de los años 60. Allí, con habilidad e inteligencia se fue abriendo paso en la lucha sindical, liderando las protestas obreras, luchando por el cambio político en contra de un gobierno militar que se iba quedando solo en la sociedad brasileña.

Este sindicalista atípico que sí trabajó antes de llegar al liderazgo de su organización perdió un dedo en un accidente laboral, y por ello se le consideró desde el inicio de su carrera política más probo que el resto de la corrupta clase política brasileña. Con nueve dedos robaría menos que sus rivales con diez. Y la prueba la tuvimos en 1992 cuando su oponente en la elección por la presidencia, el apuesto Collor de Melo fue depuesto por el pueblo ante la evidencia de un expolio sistemático del país.

Aún tuvo que esperar diez años Lula, y dos calmadas y exitosas presidencias de Fernando Henrique Cardoso para llegar al poder en 2002 de la mano del Partido de los Trabajadores, fundado en 1980.

El líder izquierdista, el nacido del pueblo, el sindicalista audaz y pragmático llegaba al poder del país del futuro. Efectivamente, Stefan Zweig antes de suicidarse en Petrópolis escribió "Brasil el país del futuro", a lo que la sabiduría popular añadió "y así será por siempre".

Sin embargo esta vez parece que ha llegado su hora, que Brasil, bajo el mandato de Lula ha llegado a la línea de salida del siglo XXI con la lección aprendida y los motores a punto. Lula, con las armas de la vieja política brasileña adoptó un discurso continuista en política económica, con algunas mejoras sociales, y guardó su dialéctica de origen marxista para sus relaciones exteriores.

En el interior, su partido se vio envuelto en casos de corrupción que afectaron a su vicepresidente Dirceu, pero que milagrosamente no le han tocado, ni en el más reciente escándalo durante la campaña electoral. así Lula ha comprado votos y paralmentarios, ha ocultado verdades y ha hecho de la política un arte de la obtención de resultados aun cuando para ello haya recorrido las veredas más oscuras del poder. Y todo ello sin perder el aura, la mano de santo que le hace venerable en su país y lejos de él.

Lula en su segundo mandato ha elevado la proyección de la política exterior brasileña, siguiendo ese viejo designio de las élites de Rio de poner a Brasil a la cabeza de América Latina. Y no sólo América se ha rendido a sus encantos. También el mundo lo ha hecho. Ha sido reconocido como el hombre del año por Time, Newsweek, Le Monde y el País. Ha fortalecido los lazos entre los países emergentes, primero con el G 3 (Brasil, Sudáfrica e India) y luego dentro de los BRICs (Brasil, India, Rusia y China). Ha trascendido a América Latina para jugar en las grandes ligas, y todo ello con la complacencia, con la admiración y condescendencia de todos, incluso de aquellos a quienes esta nueva actitud imperial (Brasil siempre se creyó un imperio) pudiera perjudicar. ¿Cómo no consentir a una persona tan bondadosa y virtuosa como Lula?

Es probablemente en América Latina donde Lula ha tropezado más a menudo. Comenzó su presidencia en 2003 con malos resultados económicos, fracasos en política social y una política exterior que arrancaba de los postulados del foro social de Porto Alegre, la jamborée de todos los radicalismos y el primer auditorio del socialismo del siglo XXI. Así, Lula, pragmático, mientras sus atildados diplomáticos de Itamaratí mantenían el prestigio y la "grandeur" brasileña en el mundo, se lanzó al rescate de un Chávez desbocado y de un Fidel arruinado. Visitó La Habana en medio de la ola de represión de 2003, sonrió e incluso cantó acompañado al acordeón por su embajador en la isla. Ni una palabra sobre democracia o sobre los derechos humanos.

Y así ha transitado, conformando el contrapoder del mundo, aliandose con todos los sátrapas emergentes y presentando un contrapeso a los intereses imperiales de los Estados Unidos.

En Honduras, Lula abandonó su aclamado pragamatismo para ponerse del lado del bolivarianismo, dificultando una salida democrática en el país, y castigando a los ciudadanos hondureños con una postura inflexible, que todavía hoy perdura. Aquí sí que hizo referencia a la democracia, (entendida de un modo particular, progresista), para después viajar a La Habana y coincidir con la muerte por huelga de hambre de Orlando Zapata, a quien colocó inmediatamente en la lista de los delincuentes que no merecen compasión, (duras palabras para el buda feliz de la política americana).

Termina su mandato con una extraña alianza con Turquía para salvar la cara al Irán de Ahmadinejad,extraños compañeros de cama. Pero todo vale con tal de elevar la estatura, impostar la voz y jugar al enfant terrible de la política.

Pensaríamos que este prodigio de la simpatía, de los resultados, de las alianzas se aliaría con nuestra alianza de civilizaciones. Pues no. Su alto concepto del país y de sus designios le han hecho poco compatible con España, aun con la España de Zapatero. No lo considera de su talla, y así las relaciones cordiales tienen un aire de condescendencia, de business like attitude. Lástima, pues eclipsada la estrella de Obama, Lula hubiera sido una buena pareja para la conjunción astral de nuestro presidente.

Así termina una etapa. Este santo, elevado a los altares en vida segurirá la constelación de los gobernantes exitosos, dará conferencias y mediará en los múltiples conflictos del mundo. Pero tengo para mí que con Lula pasa como con las mujeres brasileñas, que es mayor su fama que su figura. Tienen ambos algo de gris en su contorno, algo de falta de luminosidad a pesar del sol tropical, algo de fraude bien envuelto que alimenta el imaginario hurtando la realidad.

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