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domingo, 17 de octubre de 2010

¿Será verdad?

Dice Stephen Jay Gould que la evolución no es un río tranquilo que discurre pacíficamente hacia su desembocadura en especies más sofisticadas, complejas y en cierto modo perfectas. Frente al gradualismo de Darwin, Gould demostró que la evolución sí que da saltos, que tras momentos de inactividad, llegan tiempos de gran revuelo, que hacen avanzar a las especies a nuevas velocidades.


«La historia de cualquier parte aislada de la tierra, como la de cualquier soldado, consiste -ilustra un colega de Gould- en largos periodos de aburrimiento y breves periodos de terror». El registro fósil muestra la estabilidad de las especies durante «largos periodos de aburrimiento», tiempo que se va repitiendo tras «breves periodos de terror» en los cuales se da, súbitamente, una gran diversificación pero también una gran extinción.


Aunque el propio Gould era reacio a comparar los logros de las ciencias con las especulaciones de las ciencias sociales, no me resisto a preguntarme si no estaremos a punto de terminar uno de esos largos periodos de aburrimiento del acontecer humano y no estaremos a punto de vivir una revolución que cambia las reglas del juego y las jerarquías aceptadas.


Se ve en la correlación de fuerzas internacionales. Países que suscitaban no hace mucho conmiseración y resignación toman el primer plano de la escena mundial, compran deuda de los Estados Unidos y de Europa, manipulan su tipo de cambio, se aseguran el principal papel exportador del mundo y contribuyen decisivamente al crecimiento global.


Se ve en la repentina pérdida de la certeza del progreso en nuestros países occidentales. Cada vez es menos evidente el axioma por el que nuestros padres vivieron tiempos mejores que los suyos y nosotros disfrutamos del confort y seguridad que nuestros padres anhelaban. Hoy hay voces que preguntan cómo será el mundo de nuestros hijos y de nuestros nietos. ¿Será sostenible nuestro bienestar? ¿Podremos transmitirlo a nuevas generaciones o habrá un retroceso en nuestro nivel de vida?. Tal vez la globalización y la reducción de las desigualdades signifique algo de esto.


No podemos impedir que los recién llegados al progreso se autolimiten y restrinjan sus incipientes hábitos de consumo, y aunque la actividad económica pueda ampliar el producto mundial, quizás por primera vez nosotros, los nuestros, los europeos seamos los sacrificados en esta expansión de derechos.


Tal vez sean ciertas las agoreras predicciones sobre nuestra escasa productividad. El discreto puesto que España viene ocupando sistemáticamente en los informes sobre educación de la OCDE, (alrededor del puesto 40 del mundo) contradicen nuestra posición como la octava o undécima potencia del mundo que ese mismo organismo nos otroga.  Quizás el rezago sistemático en educación, en valores, en vitalidad vayan causando desperfectos en nuestro sistema productivo. Quizás nos hayamos acomodado demasiado bien a esa  fase de aburrimiento evolutivo y ahora nos encontremos ante el abismo de una revolución educativa, económica o social que no entendemos, que no esperábamos y que no deseamos.


Demasiadas preguntas para una tarde de domingo. Demasiada pereza para acometer los cambios apuntados. Demasiado esfuerzo para quienes llegamos tarde a los beneficios de la opulencia y nos demoramos en degustar sabores que se desvanecen, y que quién sabe si volverán.¿



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