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miércoles, 12 de mayo de 2010

Política

A veces es difícil eludir la cuestión. A pesar de mi interés por el continuo avance de la antropología y por la confirmación de mi intuición sobre la presencia de los neandertales entre nosostros. O sobre las provocativas teorías de Sean Carroll sobre lo que hubo antes del big bang, A veces no queda más remedio que ver la realidad con el tamiz de la prensa de y de la política.

El éxito internacional de un país trae buenos dividendos a sus ciudadanos, que se benefician del buen nombre, de la fama, del consenso internacional a la hora de referirse a ellos. Esta fama, se cimenta en el trabajo colectivo bien hecho, en los esfuerzos generosos de ciudadanos, empresarios, políticos, diplomáticos, asociaciones, y va dejando una marca de país, un tópico positivo en el que nos conocen y nos reconocemos.

España, en los últimos 30 años ha sido sinónimo de éxito en el plano internacional. Somos el fruto de una transición democrática ejemplar, de una reconciliación nacional impensable en los inicios de los años 70. Junto a eso hemos creado un entramado de instituciones democráticas, del rey abajo, que han sorprendido al mundo por su madurez y eficacia durante estos años. Al calor de las instituciones democráticas ha crecido una sociedad creativa y exitosa, en las artes, el deporte, las empresas, las fundaciones. Hemos sabido dotarnos de un sistema de libertades individuales como nunca habíamos tenido en la historia. Y todo esto se ha proyectado en una política exterior que ha pasado del ansia de reconocimiento a jugar un papel director de los asuntos mundiales.

Pues bien, todo esto, que ha servido para nuestra proyección internacional y en definitiva para nuestro bienestar se ha ido resquebrajando a lo largo de 6 años de malos gobiernos, hasta llegar a la insólita situación de que el presidente de los Estados Unidos llame al presidente del gobierno español para recordarle la necesidad de un ajuste económico al que siempre ha sido reacio. Ni siquiera en Honduras, con perdón, recuerdo una injerencia de este tipo en los asuntos internos de un país.

¿Cómo hemos llegado a esto? Sencillamente, desandando el camino andado a lo largo de más de 30 años. Cuestionando la transición y la reconciliación nacional. Desacreditando las instituciones. Dando pábulo a quienes consideran que el Estado autonómico es insuficiente, y por tanto abriendo un melón que no sabemos si está en sazón. Gastando y mintiendo en materia económica como los griegos recientes, y una vez instalados en el error y la mentira, no enmendando los errores.

Sólo el tirón de orejas de Alemania y Francia y la vergonzante recriminación norteamericana han conseguido torcer el empeño del valiente leonés, satisfecho de haber llegado al fondo del pozo y de seguir cavando.

Peor el daño está hecho. El crédito, la estima, el ejemplo, la seriedad en los asuntos internacionales se ha desvanecido, y la fama, como la honra tardan en alcanzarse, pero se pierden en segundos.

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