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sábado, 2 de abril de 2011

Despedidas

Hacer de la necesidad virtud. Recomponer la figura y declarar lo que ya intuían todos, la despedida formal. Pero hacerlo como si fuera el resultado de una larga meditación, como si lo que de uno y de otro lado te reclamaban fuese en verdad el resultado de una meditación, o mejor aún, de una convicción íntima anterior de reducir la duración del cargo de presidente del gobierno en España a dos mandatos.
Ahora sabemos que esa era su voluntad inicial, que estos tres años de crisis, de legislatura echada por la borda desde las sus primeras mentiras no han sido sino el escenario para desplegar esta sana disposición democrática a la autorregulación.

Pasado el disgusto, pasado el calvario de los próximos meses, en los que se arrastrará y nos arrastrará todavía más por una lánguida crisis económica, cuidada con paliativos reformistas, pasadas las zozobras de los sucesores, deseosos de lograr el relevo, de heredar los harapos, pasado todo esto, la perspectiva no está mal.
51 años, la flor de la edad para dedicarse a  esas aficiones ocultas o ignoradas que se han pospuesto estos años por falta de tiempo o de coraje. Quién sabe si paseos por la cercana montaña en busca de inspiración, recorrer lentamente la vetusta ciudad en la que tu impulso se nota en museos, aeropuertos, en edificios,  gracias a tu fama pasada.

La perspectiva no es mala. Pasados unos días en los que los amigos te cobijarán, y en la que tendrás que soportar reproches e insultos a los que ya no puedes responder con el celo de un jefe de prensa o con el fuego de los medios de comunicación cercanos, (ay, qué corta es la memoria y qué pronto se olvidan los favores). Pasado esto, pasada la inercia que te llevaba a predicar aunque ignoraras, a decidir sin saber; la vida vuelve a ser apacible. Poco a poco la figura se va rehaciendo, los disgustos pasan y el alma se acomoda de nuevo a las viejas calles, a esos rincones de tu ciudad, a esos olores que se han refinado con la llegada de la nueva cocina, a esos vinos antes rasposos y alcohólicos y hoy finos y elegantes. Recuperar a los amigos, a los vecinos que te vieron primero en sus calles y luego en los medios, en las televisiones, cada vez más alto, cada vez más distante.
En fin, que las despedidas no son malas, que todo tiempo llega a su fin, que puedes iniciar allí una nueva vida de meditación y pensamiento, que no faltarán universidades ni fundaciones que te inviten a compartir tu experiencia, que tal vez puedas encontrar un trabajo estable aunque ya no lo necesites, y que tal vez para este viaje, hubiera sido mejor que nunca hubieras salido de tu pueblo donde se te quiere.

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