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domingo, 24 de abril de 2011

Gestos

Definitivamente, la gestualidad nos delata. Más que las palabras, más que los silencios. Nada más presentarnos, nada más avanzar los primeros pasos en una habitación extraña, cuando nos miramos al espejo, cuando nos retratan mil veces en la calle, en un café, en un tren. Nos delatamos, nos presentamos a veces conscientemente y la mayoría de las veces de modo inopinado. Por eso, desde el primer momento tenemos la impresión de que vamos a congeniar con alguien, o que es rictus en la boca, esa mirada burlona, ese apretón de manos no transmiten la señal adecuada, nos preparan para la confrontación, para la diferencia.

Esa diferencia es cada vez más incómoda. Nos encontramos mejor entre iguales, entre los "like minded", de modo que la discusión se obvia, los lugares comunes nos unen, y la confrontación desaparece. Los perros se parecen cada vez más a sus dueños. Las parejas se van acercando con los años en su aspecto físico y mental. Nada más cercano en estos casos que las parejas del mismo sexo, que pueden permitirse peinados similares, intercambio de prendas, los mismo afeites, las mismas bromas. Nos acercamos, nos parecemos y evitamos así el difícil recurso a la retórica, a la diferencia.

Los gestos en la televisión son todavía más delatores, la incomodidad en una entrevista fría se multiplica cuando el asunto no es compartido. Veo una entrevista a Mario Vargas Llosa en la televisión argentina, no sé qué tendencia, pero es evidente que entrevistador y entrevistada no confraternizan. Las preguntas, pretendidamente amables, son impertinentes, son lanzadas como pequeñas piedras que no matan pero hieren. Y las respuestas son cada vez más agresivas, el tono de voz aumenta, la silla queda pequeña para albergar al entrevistado, hablan de libertad, de acuerdo, de tolerancia, de consensos, pero se nota la diferencia de sexo, de edad, de mentalidad, hay una cierta condescendencia en las respuestas, y una manifiesta ignorancia en las preguntas. Gestos que se lanzan como miradas de hielo, sin conexión, sin comprensión.

Los gestos nos acompañan en cada acción, en el reposo, en el pensamiento. Al fin y al cabo, mucho antes de la letra escrita, las relaciones humanas se han basado en la mirada, en las caricias, en las ausencias. Y allí se fueron fijando en nuestra conciencia los temores, los afectos, las valoraciones del otro, del que tenemos enfrente, del otro y del diferente, con quien deberemos convivir o en el peor de los casos, conllevarnos.

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