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martes, 19 de abril de 2011

Cantantes


Revolotean alrededor de mi cabeza mil ideas, sugestiones, imágenes que invitan a entrar en ellas, a descifrar su misteriosa presencia hoy y ahora al alcance de mis dedos. No sé bien cuál elegir, cómo llegar a distinguir lo que puede importar, de lo que son reflejos de algunos vicios adquiridos y de los prejuicios que con el paso del tiempo se van haciendo más pertinaces e impertinentes.
Veo a músicos que hace tiempo dejaron atrás la juventud, pero que visten con el desaliño y la agresividad de los jóvenes airados que tal vez fueron. Músicos que a fuer de cantar en mi idioma pierden esa magia, esa lejanía de los vocablos incomprendidos, que permiten imaginar mil combinaciones de sonidos y significados, y que hacen tan atractiva la música en otro idioma que no dominamos. Mucho más lejana queda esta poesía escrita en prosa de la significación muda de la música sin palabras, de esa música culta que nos emociona hoy sin importar las circunstancias del momento en que fueron compuestas o las vicisitudes de su compositor. Más allá de las excentricidades de un Mozart alcahueteadas por el cine, el resto de los genios de la música se ocultan tras los años transcurridos desde su muerte con una vaga imagen romántica de pelos revueltos, levitas, camisolas blancas y algunas gafas redondas que acercan su vista a una partitura que podrían muy bien saber de memoria, sin necesidad de escritura o de lectura.
Hoy, los cantantes, nuestros cantantes, artistas varios de diversas variedades, no solo imponen sus ripios pegadizos y evidentes, sino que a poco que les pongan un micrófono delante nos los glosan, nos dan su opinión sobre lo uno o sobre lo otro, y al final arruinan la posible belleza de su música con maniqueas interpretaciones de una realidad, de un mundo tan suyo como mío.

Este país tan dado a la mitología contemporánea ensalza con fervor a ciertos cantantes locales y foráneos, mayormente españoles, que llenan estadios, preferentemente en tiempos de fortaleza de la divisa local, que son seguidos con arrobo por miles de personas, y que son citados en discursos formales, a pesar de la informalidad de su indumentaria, en algún caso tocados de un inverosímil sombrero de hongo. Cosas de la vida, sana envidia y al fin estupefacción por los gustos de nuestros congéneres.
Mi perplejidad no es atribuible a la edad, pues veo a personas de mis años o mayores que disfrutan con este espectáculo, y aun lo comentan y recomiendan. Debe ser una alergia al verso libre o un pudor ante la ignorancia, que me hacen recelar de estas manifestaciones y me ponen en guardia ante estos eternos jóvenes con gustos ya adultos por el lujo y la voluptuosidad. Seamos comprensivos con estas manifestaciones, pues al fin y al cabo viven en un momento feliz. Tanto aquí, como en mi país, han logrado ese perfecto equilibrio entre unas cuentas saneadas, una estima social y unos poderes públicos que los miman y comprenden.Ya no hay lugar para el compromiso y la crítica. Hoy, como dice un cantor argentino, "hoy el gobierno lo componen gentes como nosotros" y ya se sabe que la autocrítica no está bien vista. Así, con una buena cuenta corriente, con estima y con unos poderes que te quieren, no puede haber lugar sino a la autocomplacencia y cierto temor a que vengan tiempos peores en los que esta comunión artístico-poética se quiebre. Entre tanto regocijémonos, pues entre tanta zozobra, tanta incuria, hay quien puede decir que el fin de la historia ha llegado, que las contradicciones se han resuelto, y que la rebeldía bien encauzada por el paso de los años, al final da sus frutos.

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