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martes, 1 de marzo de 2011

De porteros y otros habitantes

Los porteros de fincas urbanas de Buenos Aires deben ser los ciudadanos más instruidos del mundo. Horas y horas de bonanzible observación, les dotan de esa capacidad psicológica que sólo los buenos médicos son capaces de alcanzar. Al caer de la noche, con el cambio de turno, cada veinte metros de acera hay un portal iluminado con un encargado que mata las horas leyendo, escuchando la radio o adentrándose en los secretos de la red, para poder al día siguiente mantener una conversación tan educada y documentada como vacua.

No sólo los porteros se alimentan de noticias y de literatura. Hoy leo que el director de la biblioteca nacional de Buenos Aires y el Jefe de Gabinete de la Presidencia han manifestado su oposición a que Mario Vargas Llosa sea el invitado de honor de la feria del libro de Buenos Aires. No objetan, faltaría más, la calidad literaria de su obra. Simplemente se quejan por la pertinacia de sus denuncias de la falta de libertad en ciertos países y por su irrefrenable tendencia a la derecha, peligrosa inclinación en la que escasos escritores caen hoy en día.

Mario seguirá escribiendo, dictará su conferencia con seguridad y buena entonación, y entrará a la discusión que se tercie, en honor a su tradición liberal. Entre tanto, más de uno seguirá enfermo de ideología e inmune a la buena literatura, que en algún modo va ligada al compromiso moral de su autor.

Recuerdos, impresiones y esperanzas se mezclan en los primeros días de reencuentro con una realidad que no es de ningún modo ajena. Los mismos discursos, las mismas palabras, la misma cantinela en cada encuentro, en cada resignada descripción de una realidad que no varía mucho de la que dejé hace casi veinte años. Alguna esquina, alguna butaca, las pinturas que cuelgan pacientemente de las paredes de la Biela o de cualquier otro restaurante se ven más ajadas, más gastadas por un tiempo que podríamos considerar inútil o perdido, pero que ha dado luz a nuevas generaciones, con nuevas inquietudes, nuevos sobresaltos sobre las consabidas calles de este pedazo de Europa a la deriva.

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