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martes, 15 de marzo de 2011

Vértigo

Con la misma velocidad de un tsunami, el foco de las noticias mundiales se ha desplazado desde el norte de África a Japón. Catástrofe por catástrofe, energía de hidrocarburos por energía nuclear. El mundo gira sus ojos detrás de las amenazas globales, que todas tienen de alguna manera algo que ver con la energía.


El tsunami japonés ha vuelto a poner sobre la mesa el debate nuclear. Cuando los pecios del petróleo, la inestabilidad de los países productores y su carácter contaminante hicieron que la opción nuclear fuera reconsiderada en Estados Unidos y en  Europa, la alarma en Japón vuelve a poner en duda la seguridad de las instalaciones nucleares, su vida, su mantenimiento, y en definitiva su rentabilidad frente a los riesgos que puede generar.


Un hecho inusual, un terremoto de casi 9 grados en la escala Richter ha puesto a prueba unas instalaciones como ni siquiera las simulaciones por ordenador podrían hacerlo. Vemos de nuevo a personas con ropas de viajeros del espacio, se preparan evacuaciones, mientras el mundo mira con aprensión, cómo el vapor que escapa de las maltrechas instalaciones se  convierte poco a poco en el temido hongo nuclear, heraldo de todos los males en la época de la guerra fría, cuando la confrontación nuclear no era descartable.

Discusiones, temores, prejuicios se mezclan en un debate desordenado, desesperado por la búsqueda constante de nuevas fuentes de energía, necesarias para mantener nuestro nivel de confort, para alimentar la sed de confort de la nueva clase media que se incorpora con ansias de consumo. Cómo alumbrar, dar de comer, o poner gasolina a los vehículos de esos más de cinco mil millones de personas que aspiran a vivir como nosotros.


Entre tanto, a miles de kilómetros, en Libia, con apenas seis millones de personas, la guerra se va extinguiendo lánguidamente, dejando lugar a la represión y a la locura de un Gadafi nuevamente vencedor. ¡Ay de los vencidos, porque no tendrá piedad¡ y ¡ay de nosotros, los europeos pusilánimes, que hemos quedado a mitad del río, condenando al sátrapa de la Cirenáica y no hemos hecho nada por evitar su cruel venganza¡ Tal vez esto presagie nuevas alzas en los precios del gas y del petróleo libio, y nuevos peajes a nuestra dubitativa política exterior.

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