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jueves, 3 de marzo de 2011

Efemérides

Desde que tenemos la costumbre de parcelar el tiempo, de domesticarlo y convertirlo en una magnitud ineludible en nuestra vida, decidimos celebrar periodicas epifanías que se repiten generalmente en las mismas condiciones una vez tras otra, en definitiva, un año tras otro. Así generalmente el puente de la Inmaculada lo asociamos al comienzo de la temporada de esquí, San Juan nos aventura en el inicio del verano y nuestro cumpleaños siempre llega con los mismos augurios, en mi caso el del comienzo del fin de un invierno que nos ha tenido encerrados, a oscuras.
Todo esto es así salvo que cambies de hemisferio. El mismo tiempo. el mismo lapso de experiencias y de azarosos acontecimientos, pero una temperatura, un ambiente diferente. Es como en esos experimentos en los que ante una serie de sesiones en las que se repiten las mismas pautas, de repente cambian las circunstancias y el observador queda fuera de lugar.
Hace 51 años nací en Zaragoza y comencé a tomar conciencia de quien era, y de quien paradójicamente sigo siendo a pesar de haber mudado varias veces mis células, excepto las del cerebro. Y mientras nacía, expiraba el tío Mariano "Cachucho", a quien no conocí, pero a quien inevitablemente quedé unido.
Esa artificial división de un tiempo continuo nos lleva a reflexionar sobre lo ocurrido en ese lapso, sobre lo que nos espera en un periodo igualmente arbitrario. A veces vemos cómo el tiempo corre raudo, llevado por acontecimientos que nos llenan y nos empujan hacia adelante. Y así será con probabilidad este año que comienza en tierras lejanas pero no desconocidas. No tiene por qué ser mejor, no tiene por qué ser más ordenado. Vendrán días difíciles y esperemos que no nos hagan más ciegos.

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