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viernes, 11 de marzo de 2011

A veces la naturaleza se rebela. Las fuerzas internas que nos mantienen estables en un precario equilibrio, despiertan y actúan de un modo caprichoso o desconocido para nosotros. Un ligero ajuste de las placas tectónicas sobre las que flotan nuestros continentes. nuestros países, nuestras preocupaciones, desata una fuerza superior a la que con nuestro fatuo conocimiento hemos conseguido producir tras cinco mil años de civilización.


El temblor, el sacudón de la tierra que hace lo sólido sospechoso, lo rígido flexible, lo seguro incierto, nos devuelve al estado de naturaleza, a la indefensión ante lo incomprendido, a la cábala y a los augurios. Poco sabemos a pesar de los estudios, y si sabemos o llegáramos a saber, llegaríamos demasiado tarde para poder prevenir los efectos de una catástrofe.


Huracanes, terremotos, tsunamis, todo se conjura para recordarnos que la naturaleza, esa conjunción de azares científicos o esa obra divina que nos cobija bajo la difícil libertad del libre albedrío, es todavía imprevisible, imperceptible e inmisericorde.


Imprevisible como esas otras catástrofes, las catástrofes causadas por el hombre. Guerras, dictaduras, venganzas, violencia, mentiras y maldad. Algo inherente a esa otra fragilidad, la de la vida en sociedad, el difícil manejo de ambiciones y de expectativas. De apuestas a largo plazo y de perentoria necesidad de satisfacer necesidades o pulsiones egoístas.


Al mismo tiempo que nos sorprende el terremoto y el tsunami en Japón, no deja de sorprendernos la evolución de la crisis en el norte de África, tan cerca y tan lejos. Gadafi resiste, mata y destruye. Algunos mueren por una causa tan ilógica, tan imprevisible y tan desnortada como las fuerzas de la naturaleza desatadas. 


Igual que somos incapaces de predecir, de prever y de paliar los desastres naturales, somos negados a la hora de evitar esos otros desastres tan cercanos a nuestras ambiciones y a nuestros institos. La Unión Europea se debate entre la observación, la inacción y la intervención. Antiguos paladines de los multilateral, del consenso, del no uso de la fuerza para evitar un daño a la democracia, piden hoy esa intervención humanitaria, democrática y al fin y al cabo bélica. Europa, como siempre entre Scilla y Caribdis, mira a los dos lados, se mira a sí misma, y se apresta, al igual que el Gobierno japonés, a pagar por su imprevisión, por sus dudas, por su inacción, ante una catástrofe al parecer ya inevitable.

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