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lunes, 28 de febrero de 2011

Callejeando


Posadas y Cerrito, La Recoleta, Buenos Aires. Tiendas de lujo, calles rectas y arboladas, personas que van y vienen sin preocupación como en cualquier ciudad europea en un día de verano. El aspecto, los andares, el recuerdo de una prosperidad lejana que se alarga en el tiempo y todavía permite atisbar los brillos de antaño, dan a la calle, al barrio a la ciudad un aire de anacronía, o mejor aún, de utopía, de lugar fuera del mundo, de lugar desplazado de una realidad concreta.

Recoleta, barrio y cementerio donde topo por azar con el sepulcro del coronel Suárez, bisabuelo de Jorge Luis Borges, iniciador de una saga de héroes y guerreros, que pasando de las lanzas a las plumas, heredaría el escritor, que muchos años después, paseando por estas calles en su esplendor recordaba su linaje guerrero, su dilatado valor sobre los Andes. Y aquí en la Recoleta, descansan sus restos, que son ceniza de los Borges.

Hasta aquí, como en cualquier lugar del mundo llegan los ecos de revueltas y de tensiones. Llegan los temores ante lo desconocido, ante lo que vendrá, Pero la tarde pasa plácida, y nadie se ocupa de otra cosa que no sean las pequeñeces de la política más local de la política de campanario que llena de ruido el espacio. Y hasta aquí llegan las noticias de la muerte de Amparo Muñoz y de Suze Rotolo. Dos mujeres que llenaron el universo de los 70 y de los 60 y que se recuerdan en su inocencia, en la imagen de esa juventud que encarnaron. Amparo Muñoz es bien conocida en España, figura unida a esa imagen de juguete roto. Y Suze no es otra que la joven que aparece caminando por el Greenwich Village de Nueva York, abrazada a Bob Dylan en la portada de su freewheelin de 1963. Portada que nos acompaña casi tan ubicuamente como su blowing in the wind.
Descansen en paz en la distancia, en el olvido que pronto caerá sobre ellas como las cenizas de la Recoleta

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