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miércoles, 23 de marzo de 2011

La paz perpetua

El ruido de las noticias, al igual que el rumor de los pasos cuando se alejan, se va haciendo más tenue con la distancia. Se amortigua el sonido y el impacto es más leve, como el golpe que debe recorrer una larga distancia y es ralentizado por la fricción del aire invisible. Aún así, los hechos suceden, ineluctablemente, el énfasis en una u otra cosa se va matizando por las urgencias del momento o por la sensibilidad de cada lugar, pero no hay deuda que no se pague ni plazo que no se cumpla.
Las alegrías de ayer son los lamentos de hoy. Somos esclavos de nuestras palabras, y aun cuando en nuestro fervor juvenil podamos prescindir de las consecuencias de nuestros actos, cada acto tiene sus consecuencias, aquí y ahora o más allá y más tarde. 
Hasta mi refugio austral llegan rumores de cambio en la vecina Portugal, que se solapan con el ruido de los aviones que vigilan la paz Mediterránea en Libia y con las insidiosas radiaciones que todavía emanan de Japón.
Todo llega y lo que ayer se pronunció hoy pasa factura, como aquellas balandronadas sobre la economía de primera división o sobre el sorpasso económico a la italiana, que iba a ponernos por delante de Francia, o como aquel pacifismo salido de las aulas de un instituto (no me atrevo a pensar que la simpleza maniquea acompañe hasta la universidad). Esa ansia infinita de paz que hoy repetirán socarronamente a quien la apadrinó y vendió en la almoneda mediática al calor de la guerra de Irak.
Esa paz infinita, eterna en palabras de Kant, que hoy se relativiza, como antes se relativizó el resto de los valores de nuestra convivencia, es violada e incumplida por su mayor sacerdote. 
El tiempo cambia y nos cambia. Enternece leer a los apóstoles de esa paz sin matices, radical en su pacifismo y antibelicismo, recordar con los viejos iusnaturalistas las causas de la guerra justa. Quienes ayer predicaban contra todo tipo de violencia, hoy analizan minuciosamente el "casus belli" de Libia, para concluir inxorablemente que hoy sí que hay razones para la guerra, para proteger a la población civil, aunque en esta protección mueran alguno de estos inocentes. Estamos pues ante la nueva doctrina, ante el paradigma de la guerra justa que no mancha a sus promotores y que no altera la conciencia de sus responsables.
Tengo para mí que aunque justificada este episodio será un baldón más que añadir a quienes la han aprobado y bendecido. Que todo curso es capaz de alterarse, que al igual que en el Quijote. ña realidad se distorsiona y que si no son gigantes en un caso, sino molinos, en el otro tal vez no sea una revuelta democrática, sino tribal, y que tal vez el verdadero objetivo, no declarado, non santo, no sea otro que destruir tantas pruebas de connivencia con un dictador demente a quien todos han bailado las aguas.

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