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miércoles, 14 de abril de 2010

Divertir

Divertir, cambiar el rumbo, esquivar el destino y comenzar una nueva mañana.
Como escribía Philippe Delerme con cierto aire de cursilería, hay minúsculos placeres diarios que nos abstraen del ruido que nos rodea. El olor del pan recién hecho por la mañana, el primer trago de una cerveza fresca una tarde de verano, el vaivén de las olas sin otra preocupación. Placeres cotidianos y sencillos que somos capaces de reproducir en variadas circunstancias y que pueden ser compartidos sin temor a equivocarnos con una variada suerte de congéneres.
Placeres inverosímiles entre el ruido y la furia diaria, en las continuas agresiones verbales y las divisiones artificiosas que nos imponemos. Muertos bien muertos resucitados por un juez o por una ley, abismos ideológicos donde no hay más que intereses de corto plazo. Voluntad de separar, de aislar de dividir para no compartir no se sabe qué oculto poder.
Quiero creer que es más fuerte el lazo que nos une en esos placeres minúsculos, que esa lista interminable de agravios que nos sitúa a un lado o a otro de la línea, obligados como en los perezosos restaurantes modernos a elegir todo un menú largo y estrecho sin opciones, sin disgresiones, como una manjar tribal y nutricio.

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