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martes, 1 de noviembre de 2011

Recoleta

Un lugar en el mundo, en el mundo de las certezas y de la calma. Un paseo por las calles de la Recoleta te transporta en una tarde de primavera a esos espacios de la memoria donde habita una clase especial de felicidad. Esas calles bien trazadas, no muy largas, arboladas, con una homogeneidad sin restos de estridencia, con esa apacible mediocridad de lo burgués.
Barrio de Buenos Aires, tomado hace un siglo por la avanzada de ese progreso que se fijaba en la buena vida de París o de algunos lugares de Londres. Belleza sin excesos, ajena a las extravagancias del historicismo y de la épica. Belleza pequeña, a fuerza de ser el refugio de aquellos que huyeron de la barbarie o del arrebato de la revolución.
Paseos calmos y demorados entre todos esos comercios que dan vida a la ciudad, repartidos al azar, con la libertad que da el no tener un lugar preciso predestinado. Comercios de litografía artesanal, antigüedades de todo tipo, zapaterías a medida y todos aquellos establecimientos que dan cuenta de lo superfluo de la riqueza, de la sofisticación del gusto cuando ya lo principal está cubierto.
Calles agitadas por ese suave ajetreo que da la vida ciudadana cuando la prisa no es mucha; damas que pasean, perros que acompañan dulcemente a sus dueñas, ya un poco ajadas, que se resisten a entrar en el otoño aunque las cirugías no puedan ocultar el comienzo de la decadencia. Parejas homosexuales que visten el mismo atuendo, caminan de igual modo y dan al barrio ese infaltable toque cosmopolita. Olores de flores por todos los lados, suave ruido de vehículos que no logra apagar el susurro de las conversaciones, una proliferación de personas mayores que salen todos los días a la calle con la seguridad de su pertenencia a ese barrio, con la asiduidad de una figura del paisaje a la que se espera siempre. No faltan los negocios reciclados, las galerías de arte a cuyo frente están invariablemente esas hijas de los paseantes anónimos, que encierran en una galería la tradición del barrio y la modernidad.
Paseos por la Recoleta olvidando el resto del mundo, olvidando  a los bárbaros que acechan a las puertas, unas cuadras más allá, olvidando los ecos de las catástrofes y de los pájaros de mal agüero. Recoleta, epítome de la ciudad burguesa, de ese dulce encanto de la burguesía decimonónica, convencional y a la vez moderna, pero sobre todo reconfortante para quien la recorre con calma de espíritu, sintiendo que aun transeúnte, por unas horas, o por unos meses es parte de ese mundo casi perfecto.

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