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jueves, 3 de noviembre de 2011

Odio

Llevan meses tratando de buscar una denominación para esta época en la que vivimos. Años diciendo que estamos en uno de esos momentos en los que la historia pasa la página y nos muestra un escenario completamente nuevo. Se analizan los signos, las marcas de la época y concluimos todos que algo grande está pasando, que tantas coincidencias no pueden sino anunciar ese cambio hacia lo desconocido en este inicio del siglo XXI
Para Paul Kennedy el cambio estriba en la decadencia del dólar como moneda de referencia mundial, en la descomposicón de la Unión Europea, en el creciente armamentismo asiático  y en el agotamiento del sistema de unas Naciones Unidas que ya no reflejan la realidad. Cuatro argumentos a los que fácilmente se podrían añadir otros cuatro o simplemente matizar todos ellos para concluir que vivimos en tiempos revueltos, como lo han sido todos desde que comenzamos a balbucear las primeras palabras.
Para Ferrán Adriá, cocinero que ha devenido en uno de los fenómenos mediáticos más notables de los últimos años, el cambio viene por la propia necesidad de cambio, de innovación para seguir adelante en un mundo competitivo. Por ello, de una profesión prosaica y en cualquier caso materialista, ha hecho una moda, una tendencia que se puede aplicar a cualquier situación de nuestra vida. Al fin y al cabo, después de dormir, el comer es la actividad a la que más tiempo dedicamos a lo largo de nuestra vida. Por ello, con el patrocinio de una empresa de telecomunicaciones, Adriá nos convence que el futuro ya está aquí, que al igual que la geopolítica está sufriendo cambios continuos, la cocina, como una expresión civilizada va buscando nuevas fronteras, y explorando los millones de combinaciones que se pueden dar entre ingredientes, tiempo y temperatura.
Son formas de ver el cambio, como lo son la velocidad de penetración de los nuevos avances tecnológicos en nuestra vida cotidiana, la vigencia de inventos que tienen menos de dos años de antigüedad como las tablets, o la imprescindible conectividad una vez se ha probado que el tiempo y el espacio tienden a desaparecer con los nuevos medios de comunicación.
Tal vez sean ciertos estos presagios y algo nuevo venga anunciado por estos heraldos, pero no dejo de pensar que en el fondo son cuestiones de forma. Que los mensajes, los contenidos son tan viejos como la vida en sociedad. Pongamos por caso el odio, ese sentimiento profundo de aversión, enemistad o repulsión hacia una persona o hacia una cosa, con un deseo de destruirlo o perjudicarlo.
Veamos el odio entre personas. No hay que ir a pasajes de guerras o de violencia física. El odio habita entre nosotros, en los paisajes más idílicos, a no más de unos metros o unos kilómetros de distancia. Así, sin motivo aparente, sin mucha justificación, pero con una persistencia y una fidelidad que sobrevive a los años y al olvido.
Cuando crees que ya no hay motivo para el odio, que la distancia ha obrado su efecto apaciguador, te llegan los ecos de ese rencor que se reproduce como la mala moneda. Alguien te dice que se sigue alimentando esa violencia gratuita, esa innecesaria maldad a través de los años y a través del tiempo.
Sentimientos, obsesiones, prejuicios que sobreviven en tiempos de cambio. En el fondo, todo cambia para que todo siga igual, o más bien los cambios sirven para mejorar el atrezzo  de las comedias humanas con las que los dioses se vienen divirtiendo desde lo alto del Olimpo, para que nada haga mudanza.

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