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lunes, 6 de septiembre de 2010

Galería de Santos laicos. El protosanto, J.J. Rousseau

Debiera haber encabezado el listado con sus ensoñaciones de un vagabundo en la Francia absolutista, con su moderna reivindicación de la naturaleza, del buen salvaje, con su apuesta por la bondad innata del ser humano, y con su enorme influencia en la Revolución Francesa y en todos sus hijos, de los cuales no es menos importante el socialismo. (Recuerdo vagamente ver en televisión a un grupo de actores socialistas entonando la Marsellesa en la tribuna de invitados del Congreso de los diputados durante los ajetreados días de la guerra de Irak).

Jean Jacques Rousseau, además de una imagen vagorosa y sentimental, de un intelectual influyente iniciador del poder blando, frente a los duros Voltaire, Locke o Hume, fue un hombre excepcional en su época y en cualquier tiempo. Un pícaro a la francesa con grandes dotes de escritor y de polemista, que llevó una vida de crápula sin ningún adorno moral, a pesar de su conversión del protestantismo ginebrino al catolicismo francés, y posteriormente su vuelta al protestantismo para residir en Ginebra, de donde fue expulsado hacia Alemania y posteriormente a Inglaterra.

Es bien conocido que el autor del Emile, tratado sobre la educación tuvo cinco hijos que dio a la inclusa para su custodia y educación. A Rousseau le gustó retratarse en sus "Confesiones" como un gran pecador, pecados de los que no se arrepiente, pues por indignas que sean sus acciones, él tenía un buen corazón. Así relata pequeñas infamias tales como acusar a una sirvienta con la que tenía relaciones del robo de una pequeña joya de su ama que en realidad había sustraído él, por lo que la sirvienta fue castigada, o abandonar a un compañero de vagabundeo cuando le dio un ataque de epilepsia en Lyon, aprovechando el tumulto que se formó alrededor. En fin, pequeñas acciones redimidas por su fe en el hombre salvaje y en su bondad intrínseca.

Este personaje hizo su fortuna con algunos libros que sacudieron a la sociedad de su época y que pusieron las bases del pensamiento progresista. Tres son los rasgos originales que Bertrand Russell adivina en Rousseau.

1.- Su atribución a la propiedad privada de los males que sufre el hombre en sociedad, de lo que se derivarían dos siglos de ataques a este derecho individual desde postulados socializantes.

2.- La justificación divina por los efectos que tiene la existencia de Dios sobre nuestros sentidos. Frente a las demostraciones tradicionales basadas en el tomismo, en las cualidades de Dios, ésta será la senda seguida por los teólogos protestantes,al hablar del efecto que produce en nosotros la maravilla de la creación.
Rousseau incorpora una justificación sentimental, muy parecida a la que posteriormente se utiliza en la jerga progresista española, al hablar de "complicidades" o de la pérdida de "afecto" de Cataluña hacia España.

3.- La idea del "contrato social" y de su corolario fundamental, la "voluntad general". En esta obra trata de conciliar Rousseau al menos formalmente libertad e igualdad. Pero fatalmente se desliza por la senda del igualitarismo, dejando la libertad y la democracia reservada a pequeñas sociedades cercanas al estado de naturaleza, dejando implícito que finalmente es el Soberano quien interpreta y encarna la "voluntad general".
Llega a decir Russell, en su "historia de la filosofía occidental", (1946)que el desarrollo político de las ideas de Rousseau daría en sus días un Hitler, y las de Locke habrían producido a Churchill o Roosevelt. En fin, tal vez se trata de una exageración, que no agradaría nada a la legión de seguidores socialdemócratas, verdes y progresistas de Rousseau.

A pesar de sus pecados inocultables, de su poco edificante ejemplo, de los perversos efectos que su doctrina pasada por el idealismo de Hegel y el materialismo de Marx han provocado en muchos países, Rousseau sigue siendo considerado un santo laico del progreso. todavía recuerdo la simpatía con la que se estudiaba en la Universidad al buen Rousseau, frente a esos antipáticos ingleses como Hume y Locke, por no hablar del estricto escocés, Adam Smith.
El contrato social, la voluntad general, el buen salvaje, el estado de naturaleza, las instituciones perversas que nos hacen malos, la educación libre, la pervivencia en fin de un Estado benefactor que cuida de nosotros han tenido gran predicamento en todas las latitudes aclamando a Juan Jacobo como el prototipo del santo laico.

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