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domingo, 18 de julio de 2010

Incómodos invitados

Cons sus camisas de tergal de unas tallas más, con sus corbatas como atributo de formalidad que nunca les fue dado, con el pelo rapado y los ojos llenos de un mundo desconocido e inimaginado pasan sus primeros días en Madrid los excarcelados del régimen de Castro alojados en un hostal para emigrantes en un barrio de Madrid arrasado por un sol inmisericorde.

Llegaron como esos invitados pobres a quienes se convidaba a casa por compromiso pero que nunca hacían vibrar el corazón como cuando llegaban los verdaderos invitados, los que nos podían ofrecer algo, influencia, diversión, amistad o reciprocidad. Son los invitados de segunda, los que vienen a pesar de todo y a quienes queremos despedir con una larga cambiada y con una verónica de remate.

El gran juego, el que les gusta a los ministros y estrategas de la política exterior es el que realmente importa. Y ¡qué mejores actores que un Gobierno comunista con todos sus atributos del poder y la inmortal diplomacia vaticana, rancia de sotanas y sahumerios, rica en palabras y sonrisas¡. Aquí es donde quiere jugar nuestro ministro, en las grandes ligas, en las que se puede decidir el futuro porque aquí sí que hay poder. Los cambios prometidos por Raúl Castro se harán desde el poder y para conservar el poder. Para ello hay que desembarazarse de estos incómodos testigos de la tiranía. Que se vayan, como se fueron tantos otros a lo largo de los años. Y ya sin ese peso, sin ese estorbo, seguirán los generales su juego de táctica militar. Reformas las justas, cambios imprescindibles y si algo se mueve, será bajo la dirección del partido.

Política realista, diálogo matizado y acuerdos sobre lo general, pero sin dar la voz a quienes han luchado por años por el cambio. Así son las cosas. Una reforma a la medida de una dictadura, que nos preserve del desorden de la libertad. Estabilidad ante todo y eso sólo lo pueden garantizar las intituciones, y qué mejores instituciones que el partio y la iglesia.

Y entre tanto, estos incómodos invitados se irán acostumbrando a los supermercados, al tráfico, al trabajo duro y la satisfacción del salario o del subsidio, y en definitiva a la irrelevancia. Es duro el exilio, y cuando éste te lleva a casa ajena, ocurre como con el pescado, que a los pocos días huele.

Así son las cosas y a ellas nos iremos acostumbrando,

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