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jueves, 29 de julio de 2010

Galería de santos laicos 2 Maradona

¡Qué decir de Diego Armando¡. Quinto mío, es decir, nacido el mismo año y en teoría contemporáneo en la prestación del servicio militar, Maradona llegó a España con el mundial de fútbol, cuando a mí ese deporte me parecía una abominable pérdida de tiempo y para él constituía la razón de ser y el trampolín para salir de "la Chacarita" y alejarse de los hampones que le rodeaban desde que comenzó a gambetear por las calles de su barrio en pachangas y partidos de picardía.

Le acompañaba un joven de su lugar, un muchacho cojo, gordo y judío, un tal Cisterpiller, que le sacó del barrio y le llevó con provecho mutuo, a Boca, a Barcelona y finalmente a Nápoles, donde el buen Diego Armando reencontró a su familia italiana, y a un tal Cópola, que fue su manager y a diferencia del director de cine, éste era más parecido al protagonista de "el padrino", una especie de Don Vito.

Sus hazañas, sus goles y su ingenuidad, le dieron pronto la imagen de juguete roto, de niño malcriado que se hace perdonar todo porque ya se sabe, sus orígenes y falta de educación formal le exoneran de culpa.

En Argentina, en 1994 ya era un hombre dado a la barra libre de droga. A pesar de ello, Carlos Menem le hizo "embajador" del juego limpio y de la lucha contra la droga. Ese año, en el mundial de USA lo pillaron en un control hasta las cachas de "efedrina" y a partir de allí, Argentina cayó en una suave depresión, y no volvió a alcanzar los cuartos de final de un mundial.

Diego siguió cocqueteando con la droga y con la política. Siempre del lado equivocado, y después de flirtear con Ménem lo hizo con Fidel Castro. No sé por qué arte de birlibirloque, un joven de origen modesto, preso de las drogas y los vicios se hizo un ídolo intocable en su país. Dicen que daba al pueblo la ilusión que faltaba en momentos de baja autoestima. Le perdonaron sus correrías, sus pillerías, su mala educación, su mal ejemplo para los jóvenes. Hasta su gol de mano contra Inglaterra en 1986.

Le perdonaron todo y apareció derrengado, gordo, extraviado en La Habana, donde coincidimos de 2001 a 2004. Yo en mi mejor tiempo, él en su infierno particular, un infierno de drogas y mujeres; de éxtasis y adoración al comunismo que le permitía hacer lo que este sistema no permitía a sus ciudadanos. Se tatuó una imagne del Che en la pantorrilla y otra de Fidel Castro en el biceps. Se presentaba en el Palacio de la Revolución a cualquier hora, y el entonces vicepresidente Lage, llegó a decirme que estaban asustados de que muriera en algún momento de sobredosis en Cuba, donde en teoría no hay drogas ni decadencia.

Finalmente Lage cayó, quién sabe en qué oscuro rincón del sistema, en tanto Diego tuvo una nueva epifanía, mediante operación gástrica y rehabilitación fuera de Cuba.
Aquí enconró otra reencarnación. Se creó una iglesia propia, la iglesia maradoniana, y se alió con los Kirchner, igual de malcriados y de hipócirtas.

Por eos azares del destino llegó a Director Técnico de la selección argentina más talentosa de los últimos años. Su orgullo y egolatría le llevó a secar a otro muchaho, de origne humilde, argentino, gran jugador, pero éste sí educado y sensato. Les llevó un equipo técnico de amigos y teóricos del socialismo capitalista, formado por todo tipo de eruditos a la violeta, que encargaron como lectura de sus muchachos "las venas abiertas de latinoamérica" o la "radiografía de la Pampa". Con estos afanes, es lógico que veinte muchachos jóvenes, ricos y viajados no dieran pie con bola.
El fin último de esta aventura consistía en ganar el mundial sin jugar y volver a la Argentina como vicepresidente en el tícket de Néstor Kirchner.
Un oportuno 4 - 0 de Alemania puso las cosas en su sitio. Volvió Diego a Buenos Aires con la bula con la que cuentan los santos laicos a pesar del fracaso y del engaño, pero ya no pudo convertirse en la dupla de Kirchner. Dios escribe con renglones torcidos pero sabios, y tras tanto vaivén pone a cada uno en su sitio.
Hoy lo destituyen de su cargo, pero como buen santo milagrero, no deja de despertar ternura en un país tan castigado por sus dirigentes y tan necesitado de la intercesión de los santos para dehacer los entuertos de los vivos.

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