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martes, 29 de enero de 2019

Fiesta de año nuevo

Las distancias en una ciudad china tienen otra dimensión, como casi todo en China. Kilómetros y kilómetros de ciudad se extienden a través de avenidas, calles y pasos elevados en un continuo urbano que parece sin fin.
Invitado a una celebración del año nuevo chino en uno de los barrios al norte de Cantón, un sábado al mediodía, con poco tráfico tardamos más de una hora y media en llegar a nuestro destino, tras atravesar una autopista urbana, cruzar innumerables puentes y dejar a los lados unas rampas de acceso a vías elevadas, que con una característica propia de esta zona están adornadas de jardineras con flores, mitigando la fealdad del cemento.

En China, el año nuevo lunar es la gran celebración anual que une al país de norte a sur y de este a oeste. Es la temporada en la que se recomienda no viajar por motivos turísticos, pues todos los chinos se ponen en movimiento para llegar a sus ciudades de origen a pasar las fiestas en familia. Esto, en un país que ha vivido el más acelerado proceso de urbanización de la historia, significa que millones de personas abandonan por unos días las ciudades y se ponen en camino hacia sus pueblos, donde cada uno tiene una forma única y distinta a su manera de celebrar el año nuevo.

Pero antes del éxodo familiar hay que dejar los asuntos arreglados, hay que terminar las labores administrativas y productivas. Todo debe terminar antes de que comience la partida, a riesgo de que los asuntos queden suspendidos hasta después de las celebraciones, es decir, al menos dos semanas de retraso en la efervescente economía china.

Y junto con los negocios y los asuntos laborales, como anticipo de las celebraciones familiares, se ha instalado la costumbre de las fiestas de despedida en los centros de trabajo o entre amigos. Los negocios, las fábricas, los edificios, van adquiriendo en los últimos días de enero un color rojo dado por multitud de adornos y envoltorios que anegan las ciudades. Desde los tradicionales farolillos rojos, a las tiras de papel o de seda con inscripciones amarillas, todo se traviste en este color festivo,  que se extiende a las cajas de regalo o a los sobres en los que se debe ingresar unos billetes para alegrar la cara de familiares y de amigos.

Y en China, como en Europa, y en España, se celebran cenas de empresa. Ese momento del año en el que las categorías laborales se difuminan; en el que la camaradería y la amistad, más o menos forzadas avanzan sobre meses de laboriosidad y de jerarquía.

La fiesta a la que asisto tiene todos los ingredientes de la nueva sociedad china. Exhibición, ingenuidad, y afán de emulación de lo que se imagina que ocurre en el resto del mundo. Aquí el sentido del espectáculo oriental es mucho más alto que el nuestro, lastrado por una torpe timidez.
Los trabajadores, de distintos departamentos han preparado durante semanas unas presentaciones públicas con grandes dosis de teatralidad y de imaginación. Luces en la oscuridad que bailan al son de músicas occidentales, retumbar de tambores tradicionales que anuncian el nuevo año, imitaciones y bailes alusivos a la empresa. Todos desfilan delante de sus compañeros exhibiendo sus mejores sonrisas. Entre tanto, las mesas del salón rebosan de comida para estar a la altura de la despedida del año. Un hot pot, u olla tradicional en la que cabe todo, verduras, cerdo, pollo, ganso, langostinos, el preciado avalon, las patas de gallina gelatinosas o las patas de ganso como muestra de la suntuosidad del banquete. Vino, cerveza y esos indescriptibles licores chinos servidos en mínimas copas debido al alto precio de cada botella.


Los empleados, con la cabeza ya en su próximo viaje, dan cuenta de la olla, pero cuando parece acabar el banquete tiene que llegar el cordero, hecho al horno por piezas enteras, que se distribuye por las mesas como una bendición para el año que comienza.

El espectáculo ha continuado en el escenario. Todos los departamentos han hecho su aportación artística, y en los intervalos se ha hecho el reconocimiento de la labor de cada uno de ellos. Como en otros lugares, los empleados más humildes son los más aplaudidos, y los hay que suben dos o tres veces al escenario por su incansable labor en el desempeño de su trabajo.

Al finalizar, la mesa principal, en la que me encuentro con otros invitados como el dirigente local del partido y algunos directivos de la empresa, debemos dar nuestra votación a los diferentes números musicales que hemos presenciado para otorgar los premios de la noche. Me esmero en hacer mi labor profesionalmente, y tras entregar nuestras hojas de clasificación, veo que la organizadora del evento regresa con la cara demudada al ver los resultados. Me dice, hay un error, esta puntuación es demasiado baja, y aquella otra, demasiado alta... No me salen así las cuentas. Resignado admito mi error y le ruego que lo corrija, de modo que el grupo elegido por ella resulte lógicamente vencedor del certamen. Respiro aliviado, pues por un exceso de libertad de apreciación a punto estuve de acabar con una tradición establecida de antemano y que garantiza el orden y una cierta justicia por métodos más expeditivos.
Al finalizar la fiesta, regreso ardua y lentamente a mi hotel. Las fábricas entran en un letargo que durará hasta el final de las celebraciones del año nuevo chino, y voy recordando otras fiestas de empresa en España, en años pasados, cuando el crecimiento económico iba acompañado de la ilusión, y recuerdo a los jefes de almacén disfrutando de su gran noche, o a las secretarias que se demostraban grandes bailarinas, o a algún compañero de trabajo más locuaz de lo habitual a lo largo de la noche. Y recuerdo y reconozco que lo que nos une es más que lo que nos diferencia en cualquier parte del mundo.












1 comentario:

  1. Vaya Chus, a punto has estado de provocar un incidente... aplicaste bien el "allá donde fueres haz lo que vieres"...
    Espero que te vaya muy bien, un abrazo.

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