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miércoles, 23 de enero de 2019

El argentino en Canadá






No, me ha ocurrido lo mismo que al argentino en Canadá. Ese argentino que emigra a Canadá y escribe a la familia entusiasmado con la belleza del país, los colores, la naturaleza, los primeros copos de nieve... Y sigue cayendo la nieve, y se adentra el invierno, y nieva, y nieva, y la nieve se convierte en monótona, y luego en un incordio, y finalmente exasperante, de modo que a los pocos meses, el argentino empieza a echar de menos el pago, el mate, su ciudad, y a odiar con todas sus fuerzas la nieve y esos simpáticos animales canadienses que se adaptan tan bien a la maldita nieve.

Pues no, todavía no. Todavía la neblina no ha podido con mi capacidad de sorpresa, ni la comida cantonesa me ha llegado a saciar, aunque todo puede ocurrir, ni el endiablado idioma chino, aderezado con el cantonés local ha impedido que trate de comprender lo que hay debajo de las palabras.

Nos acercamos al año nuevo lunar. El color rojo, tan querido a los chinos, aparece por todos los sitios, y junto con los infaltables farolillos, las tiras de papel a la entrada de los edificios y las bolsitas chinas para depositar un regalo en efectivo (mucho más cómodo y eficiente que los regalos sorpresa de nuestra Navidad), aparecen por las tiendas una especie de cestas deregalo, de color rojo, por supuesto, con comida, bebidas y algunos artículos importados, que asemejan a nuestras cestas de Navidad.

Son días de felicitación y despedida. Los jóvenes que han emigrado a las ciudades vuelven a las casas de sus mayores a pasar estos días familiares. Esto quiere decir, que al multiplicar los viajes por las dimensiones de lo chino, hay un movimiento telúrico de viajes por todo el territorio nacional, a través de caminos que se entrecruzan y se bifurcan hasta el infinito. Los medios de transporte se colapsan, las ciudades se van quedando vacías, y la economía se ralentiza durante una o dos semanas. Al igual que nos ocurre a  nosotros, todo el mundo quiere dejar cerrados sus expedientes de trabajo antes de las vacaciones. Hay un frenesí de llamadas y de asuntos de última hora, que ya no pueden esperar porque todos quieren irse de vacaciones con la conciencia tranquila. Y poco a poco comienza el éxodo, que según anuncian, este año puede ser más largo de lo habitual.

En la prensa internacional, en el foro de Davos, e incluso en la prensa local, cortésmente traducida al inglés se habla de la desaceleración del crecimiento de China. Parece que incluso el Comité Central ha reconocido esta situación, lo que hace pensar que la desaceleración puede ser todavía mayor de lo que se anuncia. Por eso, si en estas fechas, normalmente se aprovecha para dar un respiro a la enorme capacidad de producción de China, este año el parón puede ser mayor, por que de ese modo se reducen los stocks de almacén y se acompasa la producción a una demanda internacional alicaída por la anunciada guerra comercial.

Son tiempos inciertos, tiempos de cambio que no dan respiro, pero detrás de todo eso, se adivina en esta parte del mundo una competición sin descanso por dirigir este cambio, una consigna repetida en todos los ámbitos para ponerse a la vanguardia de esta cuarta revolución industrial, y una adaptación al cambio, que desde fuera parece natural. Pasar de la bicicleta al coche autónomo, sin conductor en apenas dos generaciones, es un reto difícil de emular.

Y así tradición y vanguardia se dan la mano en estas vísperas del año nuevo. Por unos días, estas jóvenes generaciones nacidas con un móvil en la mano volverán a sus ancestros y retomarán costumbres lejanas para no olvidar que no somos sino breve sueño en el curso de la eternidad.





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