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lunes, 5 de septiembre de 2011

Comienza septiembre

El mundo, nuestro mundo se ve sumido en los negros presagios de la depresión económica. No hay noticia que alivie esta sensación, que se recrudece con el tímido sol de septiembre y con la vuelta a las actividades rutinarias. Tantos años remando para llegar al buen puerto europeo. Tanta profesión de fe en esta nueva ciudadanía, en esta nueva forma de estar en el mundo, para que al final, cuando nuestras rentas se aproximaban, cuando ya habíamos recorrido el continente de cabo a rabo sin necesidad de enseñar pasaporte ni de cambiar moneda, nos demos cuenta de que aquella unidad era ilusoria, que cada cual debe salvar sus muebles, y que nada resulta gratis en este mundo despiadado.

Habrá que revisar muchos dogmas. No valen ya las aseveraciones euroingenuas de unos años atrás. Habrá que buscar nuevos caminos de construcción de este delicado mecano que parecía siempre ganador, no importa cómo se coloquen las piezas. Nuevas viejas palabras vendrán a sustituir el orgulloso optimismo de años atrás, y el esfuerzo, la austeridad, la probidad, el sacrificio de placeres inmediatos por asegurar un futuro volverán a tener sentido. Pero ya se sabe que no hay mal que cien años dure, y que todo cambia. Todo es sometido a revisión y nada nos dice que el futuro sea el agujero negro que divisamos al asomarnos al túnel del presente. Vendrán otros tiempos y seremos distintos para afrontarlos.

Entre tanto, muy lejos de nuestra centralidad, de ese desarrollo y progreso que han sido por más de medio siglo la imagen del éxito, a las puertas del imperio, como en tiempos de los romanos, acechan los bárbaros, esos que en el griego original "balbucean", es decir que no dominan la lengua romana. Y desde esa frontera cada vez más permeable lanzan algunos dardos dialécticos, o se dejan querer por si en algún momento necesitamos un nuevo emperador con sangre limpia que sustituya a nuestros viejos políticos.

En esa Arcadia feliz se producen cada día milagros. Millones de personas salen de la pobreza, otros muchos ascienden a una clase media que quiere equipararse a la nuestra, que quiere alimentos mejores, autos, viviendas, calefacción. Que quieren vivir bien. Y esa pretensión aumenta la demanda de bienes básicos, incrementa los precios de las materias primas. Sube el precio del grano en una ascensión imparable, y paradójicamente  otros ciudadanos caen en la hambruna al no poder ya pagar esos alimentos. Pero eso no impide la marcha hacia la felicidad y el consumo de los más. Vemos nuevos horizontes, cambios que se aceleran y una despreocupada alegría por el incierto futuro que esta vez sí alcanzó a estas tierras que parecían condenadas a permanecer en los límites de la felicidad.

Contrastes evidentes. Pesimismo y optimismo. Temor al cambio y aceleración de los cambios. Revisión de los pecados frente a la confiada audacia de quien no teme a la culpa. En definitiva un mundo que se autoanaliza, que desconfía frente a otro que se siente seguro, que cree llegada su hora, en la ignorancia de que nada es eterno, que la suerte es esquiva y que una vez te ha tocado te abandona. Éste es el panorama de una mañana de septiembre a tantos kilómetros de distancia.

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