La última filtración de wikileaks en la que revela los telegramas (diplomatic cables) del departamento de Estado Norteamericano, no sólo pone en peligro la acción exterior norteamericana, sino que amenaza también con llevarse por delante el prestigio que le pudiera quedar a la profesión de diplomático.
Miles y miles de comunicaciones confidenciales enviadas desde las embajadas a la Secretaría de Estado y viceversa, ponen de relieve el nivel de la información que maneja el aparato diplomático más poderoso del mundo.
En un par de folios, el embajador debe despachar la información de actualidad sobre el país donde está acreditado, debe advertir sobre la influencia que ello puede tener sobre los intereses de su país, y en el mejor de los casos, arriesgarse a una valoración de los hechos, que va desde la obsecuencia ante el poder y por lo tanto, solo busca halagar los oídos de sus superiores en Washington, a la que cae en las siempre listas redes del cotilleo diplomático.
De momento esto es lo que ha trascendido. La apreciación que los embajadores hacen de los líderes políticos del país, la simpatía o frialdad con que son recibidos, que se convierte de inmediato como termómetro de las relaciones bilaterales con ese país, y en definitiva aquellas pequeñas debilidades del carácter que nos permiten interpretar las claves del comportamiento de la política del país en cuestión.
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