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viernes, 19 de noviembre de 2010

Irish times

Paseando por Dublín, en una mañana fría y sin lluvia, tres hombres de mediana edad, con el aspecto gris que sólo los organismos internacionales pueden conferir a sus trabajadores, el equipo enviado por el FMI se dirige a su primera reunión para recabar información sobre la economía irlandesa.
Tras días de dudas y de dilaciones, lo inevitable ocurre y se cierne sobre la verde Eire el fantasma de la tutela económica, de la soberanía limitada. Lo que no consiguió el orgulloso imperio Británico, lo que inspiró las baladas y leyendas de la Irlanda decimonónica, la independencia nacional que sirvió de paradigma a todos los nacionalismos europeos, se ve ahora limitada, recortada y arrinconada, como un fugitivo al final de la escapada, entre el abismo y la pistola.

Días alegres de Dublín, austeros, en cierta medida pobres, incluso más de lo que éramos los españoles a mediados de los 70. Familias de clase trabajadora con casa modesta y huerto trasero en el que se cultivaban algunas coles y el endémico ruibarbo. Un país a la medida de su población, melancólica y alegre a la vez. Recatada y desenfrenada bajo los efectos de la cerveza y del whisky. ¿recuerdas Eduardo aquellos bailes en Dun Laoghaire, o la bolera de Stillorgan?. Se fueron con la inocencia y la modestia. No soy capaz de imaginar hoy la transformación de ese país que no visito desde 1975. Dicen que han crecido barrios con casas acogedoras como en norteamérica, que los parques tecnológicos exhiben sus bien templados cristales en numerosos edificios separados por jardines de un verde impoluto. Que la vieja ciudad de Dublín ha perdido parte de su pátina gris y que los grandes restaurantes exhiben los mejores vinos y los más sofisticados platos. ¿Por dónde caminará hoy Leopold Bloom, entre neones y coches de lujo, entre esas tiendas impersonales que salpican nuestras ciudades de Milán a Shangai, entre jóvenes cosmopolitas, recién bronceades tras un viaje a Canarias o a Barbados?.
Toda esa transformación milagrosa, esa mirífica imagen se funde hoy con la triste figura de estos funcionarios del fondo, del fondo de la memoria, como esos gusanos que carcomen el cerebro enviados por la mala conciencia.
 Estos funcionarios van dirigidos por un tal Ajai Chopra, de aire y nombre indios, como marcan los tiempos, mientras un mendigo alarga la mano a su paso. ¿Será éste nuestro destino? No, no se trata en este caso de un chino, sino de un indio, bueno con los números como lo fueron en el inicio de los tiempos, y con la piel correosa como sólo los inviernos de Washington saben ponerla.

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