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viernes, 31 de enero de 2020

Navidad más triste 3

Cantón, 31 de enero de 2020.

Siempre hay un momento en el que las cosas cambian de una manera irreversible, y el curso de los acontecimientos posteriores se convierte en terreno de incertidumbre. Los planes más inocentes, las rutinas aprendidas, las esperanzas más vagas se ven sorprendidas en un punto a partir del cual nada vuelve a ser lo mismo. Nos ocurre cuando se desencadena una tragedia, ante el anuncio de una catástrofe. En un primer momento tratamos de hacerle un lugar en nuestro pensamiento. Nos sentimos afectados pero todavía no directamente implicados en sus consecuencias. Podré mañana tomar el mismo autobús para ir al trabajo, mantendré la cita para ir al cine, viajaré el próximo fin de semana a un lugar no muy lejano. Todo se mantiene durante unas horas en nuestra previsión más intima. Nada va a hacer cambiar esas pequeñas cosas a las que nos hemos habituado y sin las que la vida sería un torbelllino sin sentido.
Pero pasan las horas, o los días, y esa catástrofe anunciada se va imponiendo en nuestro pensamiento. Todos hablan de ella; lo que nos era ajeno y lejano se nos presenta cada vez más cerca. Tal vez tengamos que tomar medidas, tal vez no podamos ir al cine, o al teatro o a ninguna parte.
El día 17 de enero comenzaba de hecho la salida de los chinos hacia sus pueblos donde deberían pasar las vacaciones de fin de año en una alegre promiscuidad. Eran días de despedidas y de anticipo de las celebraciones. Todos te saludaban con un alegre “Xin nian kuaile “ o Feliz Año en chino. Además comenzaba el intercambio de regalos y de sobres rojos con generosos recuerdos. Ya terminaba la semana en la que se habían celebrado las fiestas de empresa y la única preocupación era encontrar un billete de tren o de avión y no quedar atascado en alguna de las autopistas de salida de cualquier ciudad China.
Desde el día 5 de enero se habían puesto controles sanitarios en el aeropuerto de Wuhan, y poco a poco los medios de comunicación iban alertando de un nuevo virus que podría reproducir las crisis del “sars “ de 2003. Pero ese rumor no podía apagar la alegría de las celebraciones. La mayoría se fueron con la promesa de enviar fotos, de volver con recuerdos y regalos de sus familiares, (algunos me amenazaron con traerme ese “licor blanco” al que tan aficionados son los chinos.
Se fueron; nos quedamos, pero un peligro silencioso se iba extendiendo desde la provincia de Hubei. Nos cuesta creerlo. Leía las noticias o recibía mensajes de amigos de fuera de China  que se preocupaban por el ya conocido coronavirus. Yo todavía seguía en ese periodo transitorio en el que lo cotidiano tiene más fuerza que las noticias agoreras. Saludé a los españoles que dirigen el equipo de fútbol de Wuhan el día 19 durante el almuerzo, sin saber dónde estaba Wuhan. Luego he sabido de Wuhan, y he sabido que el equipo de fútbol que se encontraba en Cantón haciendo una preparación había salido de Wuhan el 1 de enero, y ya no volvió a su ciudad, sino que siguió por China, libre del virus, y ahora está haciendo su pretemporada en Málaga.
Así se pasa de un día a otro de la despreocupación a la zozobra que nos hace ocuparnos de algo que no teníamos previsto.

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