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jueves, 30 de enero de 2020

Navidad más triste 2

llanura.
 
Cantón, 30 de enero de 2020.

Los días son más azules, más soleados en estos coletazos de las celebraciones del año nuevo chino. Cuando todos deberían volver al trabajo o a sus rutinas, el país bajo asedio debe permanecer inmóvil para evitar mayores catástrofes. La calma de los días tranquilos, sin circulación, con solo unos pocos trabajadores que limpian calles y aceras bajo el tibio sol de invierno nos devuelven un imagen insólita de las ciudades chinas.
El año pasado por estas fechas los días eran oscuros, espesos, con un aire denso que impedía ver en la distancia y que distorsionaba las luces nocturnas del centro de la ciudad. Hoy la claridad reina y el aire sólo transporta esos insidiosos virus que acechan tras cualquier conversación y tras el aliento enmascarado de los pocos transeúntes que se aventuran por las calles vacías.
La nueva uniformidad china ha incorporado la mascarilla como objeto cotidiano. Se comenta que los italianos han comenzado a diseñar mascarillas de Gucci o de Prada para que aun en estas circunstancias las diferencias sean visibles entre los que pueden y los que no pueden. 
Todos los lugares públicos requieren del uso de las mascarillas. A la entrada de cualquier edificio que todavía sigue abierto al público se encuentran jóvenes enmascarados que te apuntan a la frente con una pistola-termómetro para franquearte el paso a los lugares cerrados. Durante unos segundos el aparato se acerca a tu frente, emite un ligero sonido inquietante, parpadea, mientras tú miras con aprensión a los ojos de tu escrutador. Finalmente la entrada queda franca, si no ha habido necesidad de volver a tomar la temperatura por algún fallo del aparato. En este caso la espera se hace más angustiosa. No sabes bien qué hacer adónde mirar para transmitir confianza y seguridad en tu estado de salud. En esos instantes piensas de todo. Bah, el aparato ha fallado. Seguro que es tecnología local. Luego piensas, y si tengo décimas de fiebre? Estamos en invierno, esta mañana he estornudado. No sería extraño que me haya resfriado con los cambios de temperatura. Cómo le explico a esta persona que yo no estuve en Wuhan, que en invierno me resfrío con frecuencia, que a mí nunca me ha atacado ningún virus letal, en todo caso alguna gripe leve que pasa sin dificultad y sin antibiótico... El aparato vuelve a sonar, los ojos del improvisado pistolero se agrandan por un segundo, la cabeza baja imperceptiblemente y su cuerpo se hace a un lado para dejarme pasar.

El sobresalto ha pasado, pero la escena se repite en cada nuevo encuentro. Las reuniones, escasas, se celebran con las caras tapadas. No hay lugar para las sonrisas ni para las muecas. Los extranjeros nos hacemos fotos con nuestra nueva uniformidad, las conversaciones en tres idiomas y con traducción se hacen más ininteligibles con los sonidos que atraviesan gruesas capas de tela antes de salir al aire. La nueva normalidad se ha instalado entre nosotros. Cuánto durará? Será pasajera o tendrá secuelas en nuestra forma de relación con este mundo? Tengo la sensación de que poco a poco te vas aislando en la montaña de Davos, donde Thomas Mann envió a Hans Castorp a visitar a su primo Joachim, donde el ambiente transparente y malsano de este sanatorio de montaña le va envolviendo haciendo imposible su regreso a la

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