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viernes, 20 de agosto de 2021

Postales del sur de China. El lujo en China

 


El contraste entre las imágenes del documental de Antonioni de una China uniforme, pobre, de un consumo elemental y la visión de cualquier ciudad china de hoy donde las marcas de lujo internacional se manifiestan en todos los modelos imaginables de coches de alta gama junto con tiendas de moda con productos de precios inasequibles y restaurantes que compiten por poner en su entrada el galardón de la guía Michelin podría hacer pensar que estamos en un país de nuevos ricos, donde el lujo es una novedad para consumidores ostentosos.

Sin embargo el amor por los objetos de lujo tiene una larga historia en China. Ferdinand Braudel decía que la idea de la moda es algo inherente al mundo occidental, mostrando un mayor conocimiento de la historia del Mediterráneo que del Oriente. Una exposición en el Metropolitan Museum de Nueva York en 20115, China a través del espejo (China through the looking glass) se encargó de rebatir a Braudel, trazando una historia de China a través de la moda y del lujo desde las primeras dinastías a nuestros días, pasando por la moda del "cuello Mao".

Durante milenios China ha sido productora de todo tipo de objetos de lujo para su consumo interno y también para el intercambio con otros países. La raíz confuciana de la primera cultura china ordenaba el mundo a través de distintas elites que debían permanecer y disfrutar de privilegios para no romper la armonía social. Estas elites, desde los emperadores a los comerciantes o los sabios, tenían acceso a innumerables artículos de lujo que se intercambiaban y que representaban ante el pueblo su estatus.

Desde muy temprano China exportó productos de seda, porcelana de alta calidad, joyas y metales preciosos, perlas, mantones de Manila, y todo aquello que el mundo consideraba delicado y precioso. Estos productos no eran solo objeto de intercambio, sino también instrumentos de política exterior, pues el intercambio de regalos constituía una buena parte de las relaciones entre distintos países a lo largo de la historia. Durante muchos años los emperadores de la dinastía Han trataron de mantener a los bárbaros lejos del Imperio del Centro por medio de la construcción de la muralla, pero también a través de alianzas forjadas con generosos regalos que evitaran una invasión. Como suele ocurrir en estos casos, los regalos nunca son suficientes frente a la codicia, y su efecto fue más bien el contrario. Los bárbaros del norte encontraron más sencillo invadir el imperio y recoger por su medio todos los tesoros de los Han, haciendo caer esta dinastía en el siglo III d.C.

Esta historia se repetirá en numerosas ocasiones a lo largo de diversas dinastías y siempre la laboriosidad de los artesanos chinos siguió produciendo objetos de lujo que viajaban en los galeones españoles de las Filipinas a Acapulco y de allí a España, o a través de la ruta de la seda, atravesando el corazón del continente eurasiático hasta llegar a las cortes europeas y a las ciudades del Mediterráneo.

La exposición del Metropolitan muestra la influencia china en la moda occidental, desde los sutiles bordados amarillos del traje del último emperador, reproducidos luego en sugerentes vestidos de las grandes marcas italianas de ropa, a las colecciones de qipaos de distintos estampados y texturas que se ven en la película de Wong Kar Wai "In the mood for love", en la que la protagonista Maggie Cheung exhibe más de veinte de estos delicados vestidos femeninos donde se encuentran oriente y occidente.

El qipao es un vestido de origen occidental que se puso de moda en el Shanghai de los años 20, que se ajusta al cuerpo de la mujer con telas y diseños orientales, y que tras la revolución del 49 buscó refugio en Hong Kong donde se ha seguido usando. Hoy los principales diseñadores chinos utilizan el qipao en sus colecciones para los desfiles de moda más exuberantes del momento.

Incluso la austera y pobre indumentaria de los tiempos de Mao ha dado lugar a colecciones de moda occidental a través de esas camisas sin cuello y esas guerreras unisex que uniformaban a las masas chinas en los comienzos de la revolución. También las gorras y las insignias de la época han hecho fortuna en occidente, aunque sin pasar a la categoría de la alta moda, sino que se han quedado en productos de mercadillo para fetichistas de la historia.

Con esta tradición no es de extrañar que hoy más del 35% del consumo de lujo mundial se haga en China, y que marcas como Ferrari, Maserati, Rolls Royce, Tesla tengan en este país su más importante mercado y que hoy los productos de consumo más refinado se exporten a China en un camino inverso pero congruente con ese afán por diferenciarse y por demostrar la posición de cada uno en un sistema armonioso pero jerarquizado.

Aún así todavía queda margen para que el lujo se imponga en China en todos los niveles. Al salir de casa vemos pasar esos coches de alta gama, que cuando son conducidos por una mujer china muestran la congruencia entre el lujoso vehículo y el afán estético de la conductora que lleva un bolso y un vestido a tono con el precio del coche. Sin embargo cuando el conductor es un varón siempre me entra la duda de si se trata del dueño o del chófer, pues todos visten con desaliño y despreocupación con una camiseta de limpieza dudosa y unas chanclas para aliviar el calor. Al menos eso se observa desde el sur de China, que siempre ha sido un poco excéntrico a pesar de la uniformidad que se supone en la cultura china.

Así, va trenzándose la tradición con la modernidad en un país lleno de contrastes, como casi cualquier otro.



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