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sábado, 10 de diciembre de 2011

Imágenes de la caída

Si lo hubiera sabido, si hubiera tenido buen consejo, si hubiera hecho caso a quienes me advertían... Las páginas de los periódicos se llenan en tiempos de zozobra de personas que caminan cabizbajas, dubitativas, sin el aplomo ni la decisión con la que aparecían en estos medios en tiempos mejores, cuando el triunfo era fácil y las dudas no asaltaban las conciencias.
Muchos de los males de hoy se podrían haber evitado con un poco de moral, o con el recuerdo de aquellas lecciones de filosofía en las que el meticuloso y puntual Inmanuel Kant nos recordaba el "imperativo categórico", que se reflejaba en al máxima "obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en ley universal". Este sencillo precepto ético hubiera evitado muchos de nuestros males, si cuando las acciones de nuestros ciudadanos se hubieran atenido a esa universalidad de la acción,  a ese carácter ejemplificante que nos exigía Kant como un precepto independiente de las circunstancias, de toda religión e ideología, y capaz de regir el comportamiento humano en todas sus manifestaciones; ahora no habría arrepentimiento ni dudas, no habría necesidad de detener el tiempo y volver atrás, no habría ese riesgo moral de la caída del paraíso tras la pérdida de los bienes materiales.
Pero somos humanos, y tal vez la ética kantiana estaba pensada para santos sin religión, para hombres de otra laña, capaces de sustraerse a las tentaciones del dinero fácil, del poder y de la fama.
Otra explicación de esta introspección a la que se ven sometidos los otrora poderosos o exitosos, quizás radique en que la moral y el éxito se llevan mal. Solo en momentos de dificultades recordamos los principios básicos de la convivencia, de la ética, del comportamiento humano en sociedad sometido a la moral. La austeridad que hoy aceptamos como un valor inevitable, la renuncia a los atajos hacia la felicidad o la riqueza, se imponen en momentos de crisis y se olvidan en la bonanza y en la afluencia.
Por eso seguiremos viendo en los próximos meses ángeles caídos que se preguntan cómo les pudo ocurrir eso, cómo no se dieron cuenta, cómo estuvieron cegados, ponendo en riesgo famila, fama y honra; cómo todo parecía posible en los tiempos no tan lejanos en los que el champán corría y nadie quiso detener a los camareros solícitos en su frenético servicio, por temor a que la fiesta terminara antes de tiempo. 

Hoy, con las luces en penumbra, los representantes de esos días caminan lánguidamente, resignados a la expiación de sus errores y perseguidos por una opinión que ahora sí se quiere moralizante y ética, como si no hubiera cerrado los ojos en esos días luminosos.


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