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domingo, 11 de diciembre de 2011

Comitivas

Ante un cambio de gobierno se generan expectativas, se incuban esperanzas y temores a partes iguales ante la inminencia de un cambio en el poder y en la forma en la que éste se ejercerá. Pero posiblemente para un gobernante los momentos más dulces son los que preceden a la asunción del mando. Esos momentos en que se pasa de ser un ciudadano común a ser la persona que dirigirá un gobierno, que tendrá en sus manos la capacidad de modificar el curso de las cosas, al menos aparentemente y mientras el entorno no se vuelva hostil y sea él el transformado por la realidad.

En esos momentos previos el gobernante tiene la capacidad de ejercer el poder en su más alto grado, el poder de nombrar, de dar nombre a las cosas, a las personas, a los cargos. Es un poder inmenso que atrae como la luz a las luciérnagas a multitud de candidatos, de meritorios y de todos aquellos que deambulan por los arrabales de los gobiernos esperando que su nombre sea pronunciado.

Ya lo dijo San Juan (1: 1-3) " En el principio era el Verbo", el verbo, la palabra, el logos en griego, esa capacidad de nombrar que es atributo de Dios. Y si Dios puso nombre a las cosas y a los animales, quien va a Gobernar nombra a sus ministros (otra palabra religiosa), a sus ayudantes y a aquellos que saldrán del anonimato y podrán gozar de los atributos del poder. Este poder de nombrar se extiende por negación a lo que no se quiere nombrar, a los subterfugios del lenguaje para evitar una palabra incómoda o inconveniente. ¡Cuántos gobernantes se han perdido en el intento vano de esquivar la realidad mediante el recurso de negar su palabra exacta¡, allí nos diferenciamos de Dios, nuestra negación o la sustitución de unas palabras por otras más amables no tienen en la boca de los humanos, ni siquiera de los ungidos por el poder, la capacidad creadora que tiene la palabra divina.

En esos momentos de confusión, entre delegaciones que entran y salen de los despachos; comitivas y caravanas que van de un lugar a otro de la ciudad con el único objetivo de cumplimentar al gobernante; de ciudadanos que quieren ver en persona a quien les va a gobernar y quizás cambiar sus vidas en los próximos años; un halo de superioridad va rodeando a los nuevos dirigentes. Los trajes parece que lucen mejor sobre sus espaldas, los vestidos son más vaporosos, los peinados más ligeros y un leve maquillaje realza una cara donde los ojos se vuelven más penetrantes, como corresponde a quien va a tener la responsabilidad de llevar a una nave a buen puerto entre la niebla y los escollos de la costa.

El poder envuelve con su manto a quienes lo ejercen, sin necesidad de buscar costosas capas de armiño. Basta con un delicado bastón de mando, para que ese simbolismo recuerde la capacidad que tiene su titular de producir cambios sobre las vidas de otras personas. De ahí que la etimología de la palabra poder, nos lleve en francés y en español a la idea de "ser capaz de hacer algo", en inglés nos recuerda la potencia (power) y la potencia implica siempre la posibilidad del cambio, y en alemán, tan hacendosos ellos siempre, poder se dice "Macht" de "machen", hacer. Aquí no se andan por las ramas, el poder es para hacer.
Por ello, entre el tráfago de los cambios, entre las carreras y las especulaciones el gobernante mira atentamente sin desvelar su atención, y comienza a desplegar su capacidad demiurgica desde los momentos previos a los nombramientos, sabiendo que allí está la base de su poder.

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