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domingo, 23 de enero de 2011

El retorno de Fumanchú

China, chinos por todos los lados. Segunda economía mundial, banqueros del mundo, fábrica de todo tipo de productos, incluidas las baratijas de recuerdo tan dispares como el "empire state" y la virgen del Pilar, problema y solución a todos los males de nuestro tiempo y perejiles de todas las salsas. Así transita el mundo, mirando al este, viendo amanecer mucho antes que en nuestras costas, pero no en las laboriosas y disciplinadas islas del Japón como se pudo suponer en los años 70 y 80, sino en la inmensa, en la ininteligible China, heredera del imperio Central.
Hay quien dice que esto no es sino volver al curso natural de la historia y romper con la anomalía de los últimos doscientos o cuatrocientos años en los que la tecnología europea, la ciencia occidental, su eficacia y rigor se impusieron en los cinco continentes, incluyendo la China de los comerciantes de Hong Kong, Macao o Shanghai. Hoy, todos estos lugares reviven como templos de la modernidad, como faros de un presente incierto, en el que la lógica aristotélica, la religión judeo cristiana, los valores de las sucesivas revoluciones europeas desde 1879 se difuminan en la niebla de un pensamiento tan ajeno a nosotros como ancestral.

No hay materia que escape a la sinología de nuestros días. Desde la banca y las telecomunicaciones a la construcción y el turismo. Desde la pintura y las artes al cine y el espectáculo. Todo cae bajo el embrujo de lo nuevo y especialmente del dinero. Paradojas de un comunismo capitalista, de un oriente occidentalizado y de un tipismo pasado por el cosmopolitismo de la globalización.

Henry Kissinger ha recibido a sus anfitriones chinos en Washington aprovechando la orgiástica visita de Hu Jin Tao a lo que era el imperio. El político que abrió las puertas a China con el ping pong y el sake hace cuarenta años, sigue haciendo buenos negocios con los hijos del dragón, y a diferencia de ellos, con sus achaques y con su sorna, sigue siendo imprescindible en esa extraña relación.

No hay que dar nada por sentado en tiempos crueles e imprevisibles. Lo que hoy es mañana puede no ser ni un recuerdo. Recuerdo como el que tengo de 1984 de dos jóvenes becarios chinos (entonces sí comunistas) , dormitando durante las lecciones de la escuela diplomática. Quién sabe si alguno de ellos está ahora en España comprando por cuenta de su gobierno acciones en nuestra telefónica, o en nuestra banca, o tal vez preparando, como el malvado Fu Man Chú, la compra de algún equipo de fútbol, última reserva de nuestra identidad discutida.

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