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miércoles, 8 de diciembre de 2010

Observar, callar

Callar, de nuevo callar, guardar la opinión y no informar. Retener en la memoria, en la fase de preparación del golpe toda la información que hemos obtenido, y solo entonces descargar ese conocimiento impreciso, arbitrario, en una sola acción, en una decisión inapelable. Éste parece ser el nuevo programa de la diplomacia universal tras las filtraciones de wikileaks. No comentar, atesorar y cuidar los conocimientos arduamente obtenidos en ese último rincón del cerebro que atesora nuestros más preciados argumentos, para hurtar al conocimiento público cuál será nuestro proceder y así salvar a quien nos interesa, proteger nuestros intereses y promover nuestros más íntimas convicciones.

Nueva diplomacia, y nueva política, y por qué no nuevas relaciones. ¿Quién se arriesgaría hoy a confiar los comentarios más triviales entre colegas de trabajo sin ofender o ser acusado de cualquier felonía respecto a los otros? ¿Quién sería capaz de vivir con todas las confidencias realizadas al cobijo de las sábanas, si fueran aireadas y publicadas inmediatamente?. Cómo sobrevivir a la próxima cena de Navidad si nuestros ocultos pensamientos, nuestras opiniones, las más inocentes apreciaciones sobre familiares y amigos estuvieran impresas en nuestras frentes y accesibles al prójimo con una sola mirada?.

Ya hemos sobrepasado los límites del "gran hermano", del "minority report", todo es susceptible de ser conocido en el acto. Todas nuestras intenciones pueden ser enjuiciadas en público. Es el espectáculo de la máxima transparencia, de la conciencia desnuda y abierta para la que nuestro cerebro estimo que no está preparado. Es el siguiente escalón en la evolución, que nos lleva a la insoportable vida en sociedad sin parapetos, sin barreras protectoras.

Ni siquiera el cazador queda a salvo de su presa. Unas inoportunas relaciones sexuales llevan al gran divulgador, Assange, ante un tribunal de Londres. Sus vergüenzas, su intimidad expuestas y su conducta enjuiciada. Quién sabe si ésta no es la última llamada al sacrificio, a lo absurdo de todo el ejercicio de apertura y de transparencia en aquellos ámbitos donde nadie quiere penetrar, donde a pesar del creciente exhibicionismo, todavía debemos preservar un espacio para lo íntimo, para la ocultación, para la seguridad personal, para poder vivir sin la terrible verdad de las intenciones y de los deseos. 

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