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lunes, 12 de noviembre de 2018

Inventario de cosas que no me llevé

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El tiempo, ese gran misterio que nos da vida y nos limita, borra con rapidez las impresiones pasadas y aleja de la memoria lo que parecía eterno. Solo unos pocos vestigios quedan de la vida pasada; las nuevas rutinas han suplantado con rapidez lo que parecía grabado a fuego en nuestros ojos, y así, hoy debo realizar un nuevo esfuerzo para recuperar aquellos pensamientos y aquellas sensaciones que parecían perdurables por su naturaleza.

No me pude llevar y no me llevé de Roma esos trayectos cotidianos entre el Gianícolo y la plaza de la Fontanella Borghese. Y muy especialmente, dejé en el camino esa visión repetida que se producía mañana y tarde en la puerta de la iglesia de Sant Andrea della Valle, sobre el Corso de Vittorio Emmanuelle.

Esa iglesia imponente, que fue durante muchos años la segunda más elevada de Roma, tras San Pedro del Vaticano, exhibe desde su fachada hasta el inmenso fresco de su cúpula, el esplendor del barroco romano. Aquí, donde Puccini sitúa el primer acto de su ópera Tosca, han asentado su residencia una pareja de mendigos que forman parte del conjunto monumental desde hace años.

Son una pareja que acampa en lo alto de las escaleras, sobre el lado derecho dela fachada, entre mantas y cartones. Ella, la que siempre he considerado la madre, es una mujer de unos 60 años, derrotada por todos los vientos y calores de la ciudad, con una tez enrojecida y un desaliñado pelo rubio, bajo el que muestra una sonrisa perdida a todas horas. De tanto en tanto, se acerca a él, quien creo que sea el hijo, igualmente rubio y de tez rojiza, que se recuesta sobre los últimos escalones y comparte el mal vino a granel con la que pienso sea su madre.

Otras veces, al pasar, simplemente se les ve adormecidos, derrotados por la jornada pasada a la intemperie y por el vaivén de turistas y transeúntes que los miran al llegar a Sant Andrea, y en algún caso, en un gesto de compasión echan unas monedas que les permitirá continuar esta representación eterna.

Muchas veces me pregunto cuál será su rostro ayer. quiénes fueron, de dónde vinieron, cómo llegaron aquí. Es más interesante la peripecia vital que los ha traído, que adivinar el incierto y voluble futuro que les aguarda. Esta imagen me acompaña, me persigue; nunca les dije nada; nunca me acerqué, por pudor o por prejuicio, y sin embargo los saludé cada día a mi paso. En coche o a pie, esa triste familia me recordaba la facilidad con la que se rompen los sueños, las infinitas posibilidades que caben en una vida y no todas aceptables. Hoy, seguirán esperando el invierno, pensando que lo fundamental es llegar a la mañana siguiente y si no sale el sol, buscar el refugio de Sant Andrea, donde ya son residentes habituales.

A pocos metros de esta portada majestuosa, se encuentra la plaza del Pallaro, una de esas plazas romanas que tienen la facultad de ser secretas a plena luz del día. Esas plazas que quedan ligeramente a trasmano de las rutas turísticas, y que a unos pocos metros del fárrago de las calles, aparecen como un pedazo de pueblo en medio de la urbe. En esta plaza se encuentra el restaurante "Der Pallaro", sobre los cimientos de lo que fue el teatro de Pompeyo, junto a unas sinuosas calles que todavía hoy evocan la forma de la cavea del teatro.

Aquí sienta sus reales Sora Paola, la propietaria del restaurante, venida de algún lugar remoto de Umbria o de las Marcas, y hace la comida casera sin carta ni elección. Se come lo que Sora Paola dice. Es otro personaje entrañable de la Roma pasada, de la Roma de los contrastes. Sora Paola extiende sus dominios sobre romanos y visitantes de igual manera, y tiene la facilidad de hacerse querer por todos, con esa manera campesina de saber vender su producto y atraer por igual a los seguidores del Benevento Fútbol club, a diplomáticos extranjeros o a periodistas y corresponsales.
A todos recibe sora Paola, y si te dejas, te explica por qué es anticomunista, y adónde deberían enviar a todos los comunistas y a sus sucesores. Todo un carácter a la espalda de Sant Andrea.

Estas son algunas de las cosas que no me llevé, y que trataré de mantener en mi memoria, en el entendido de que mientras recuerde, seguirán vivos.



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