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lunes, 26 de noviembre de 2018

Inventario de cosas que no me llevé 2



La estatua de Giuseppe Garibaldi en el Gianícolo vigila imperturbable la ciudad que quiso hacer suya para entregarla a los italianos, y que siempre le resultó esquiva. A pesar de su lema, roma o morte, que figura al pie de la estatua, Garibaldi, un cosmopolita italiano, nacido en Niza, siempre fue extraño a la ciudad.

Su imagen romana está unida al Gianícolo, ese monte de Jano, que se enseñorea de la ciudad y que no forma parte de las siete colinas de Roma. El Jano bifronte, toma su nombre de la palabra latina Ianus, puerta, y esa puerta que se abría y cerraba para controlar las invasiones de la Roma antigua, sirvió para que el Rey, Anco Marcio, cansado de las incursiones de los tesoneros etruscos, tomara esta cima y la incorporara a las defensas de la urbe romana, de la que llegaría a ser la cabeza del mundo Roma, Caput mundi.

Aquí se libró la batalla por la defensa de la efímera república romana en 1849, cuando las tropas francesas de Luis Napoleón acudieron en defensa del papa Pío IX frente a la triunfante república de Mazzini y de Garibaldi.

Garibaldi, el condotitiero del siglo XIX defndió la ciudad durante semanas en el tórrido verano romano, con fuerzas limitadas y con la certeza de la inutilidad de su esfuerzo. Tuvo su cuartel general primero en Villa Spada, actualmente sede de la embajada de Irlanda, y posteriormente en la iglesia de San Pietro in Montorio, donde resistió los últimos días hasta que la iglesia, gravemente dañada ya no pudo cobijar a los republicanos de Garibaldi.

Me llamó la atención que el edificio de la embajada de Irlanda tuviera una placa que señalaba que esta era la sede de la embajada de Irlanda ante la Santa Sede, posteriormente, el embajador, Bobby Mc Donnagh, me contó que la católica Irlanda, a raíz de los escándalos de pederastia en la iglesia irlandesa, había roto relaciones diplomáticas con la Santa Sede, aunque la razón oficial fue que se trataba de una medida de reducción de costes. De cualquier modo, aprovechando las circunstancias, la embajada ante el reino de Italia, tomó posesión de Villa Spada y se quedó en ella, recordando los días en que Garibaldi fue herido y debió trasladarse a la cercana iglesia de San Pietro in Montorio.
Después, Irlanda reabrió su embajada ante la Santa Sede en otro lugar menos simbólico, y continuó con su alejamiento de la iglesia católica, lo que llevó a un reciente viaje del papa Francisco a Irlanda para tratar de reparar el daño y recuperar algo del espacio perdido. ¿Serán hoy las antaño católicas Irlanda y España los países más laicistas de Europa?

De San Pietro in Montorio, Garibaldi, con sensatez y prudencia, decidió abandonar la defensa de la ciudad ya perdida y buscar otro escenario que le permitiera recuperar fuerzas y continuar el combate en mejores condiciones. No fue fácil la retirada; tras salir de Roma, con sus voluntarios y su esposa, la brasileña Anita Garibaldi, embarazada, la República cayó y el ejército de voluntarios debió huir hacia el este y luego hacia el norte, perseguido por las tropas francesas. Se refugiaron en San Marino, y posteriormente en Rávena, donde murió Anita, y finalmente, Garibaldi pudo huir al exilio, donde permaneció hasta su vuelta a la escena con la conquista del reino de las dos Sicilias, en una de esas aventuras impensables que solo un personaje como Garibaldi podía realizar.



Pero volvamos al Gianícolo, la estatua ecuestre de Garibaldi, realizada en 1895, se ve acompañada desde 1932 por otra de Anita, en una posición más dinámica, galopando y disparando donde el Gianícolo comienza a inclinarse hacia San Pedro del Vaticano, adonde volvió el papa y donde reinó Pío Nono otros 20 años.

Toda la colina recuerda estos eventos, la defensa, los defensores, retratados en infinidad de pequeños bustos en piedra que acompañan al caminante que bordea la cresta del Gianícolo para dirigirse a San Onofrio, y después al Vaticano.

Pero también el cercano parque Doria Pamfili recuerda las gestas de la batalla de 1849. Aquí hay un paseo en honor a los caídos franceses. No a los de la primera guerra mundial que asistieron a Italia, sino a los de las tropas de Napoleón que terminaron con la República. Así es roma, así los italianos, generosos al reconocer a los otros y poco rencorosos, aunque el tono de las voces aparente momentos de gran ira. Esta falta de rencor, o esta atenuación de las pasiones más bajas es uno de os rasgos que a mi modo de ver los diferencia de nosotros, los españoles, tan dados a los rencores y a los odios que excluyen a los otros en el altar de la sagrada indignación.

En mi caso, el paso por Italia, y los benéficos efectos del Camino de Santiago han atenuado algo estas fobias hispánicas de nuestro carácter, pero debo reconocer que no llegaría nunca al extremo de estos italianos que dedicaron un hermoso paseo del parque Doria Pamfili a los "Caduti francesi".


Entre tanto, giuseppe Garibaldi sigue vigilando la ciudad, recuperando en el tiempo acutal algo de la gloria pasada, de su figura imponente, de sus ojos penetrantes, de su indumentaria original y de su verbo escaso pero convencido. Leyendo la biografía escrita por Denis Mack, no puedo dejar de reconocer la fuerza del carácter de este hombre, su gusto por lo exótico y su capacidad para encandilar a hombres y mujeres, pobre y ricos, con un escaso bagaje intelectual y con más deseo de acción que de construcción.

"Roma o morte", "Patria o muerte", así era Garibaldi, y así se le parecerá Ernesto Ché Guevara, carismático, atractivo, volcado a la acción, capaz de mandar fusilar por nimiedades para hacer valer su autoridad y su "idea", y a la vez alabados, admirados, con un aire de otro tiempo, y con una especial habilidad para hacerse notar con su sola presencia, con su indumentaria... Vidas paralelas, o casi..


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