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lunes, 1 de octubre de 2018

Inventario de cosas que no me llevaré.



INVENTARIO DE COSAS QUE NO ME LLEVARÉ


Antes de que se olvide. Antes de que el tiempo empolve los recuerdos, de que los recovecos de la memoria hagan su trabajo de segmentación y archivo. Antes de que el todo poder  del olvido borre las huellas del presente y del pasado rescatadas de las sombras,  quiero hacer un inventario de lo que no me puedo llevar.

Un vano intento de salvar en el papel  lo que no perdura en la memoria. Como hace catorce años, ese documento en papel, “para no olvidar” que dejé abandonado y huérfano en una caja fuerte de La Habana, con el objeto de no olvidar. “Para no olvidar”, la infamia, los juicios, la injusticia, la mentira. Todo ello olvidado en el menor espacio de tiempo, el que va de uno a otro, de la despedida a la llegada esperanzada. Todo olvidado en el quehacer diario y en la voluntad de seguir adelante, a contracorriente de las muertes, de los exilios, de las cárceles, de la soledad.

Inventario de miradas y de volúmenes entre las rendijas del aire. Inventario de plazas, de calles troceadas por bocacalles hambrientas; monumentos, estatuas, lápidas que tratan de ganar el tiempo al olvido, y algunas hojas que se adelantan al otoño para dar verosimilitud a la decadencia, al continuo cambio.

Todas las mañanas veré con los ojos de ayer la fronda del jardín botánico, con el hocico del caballo de Garibaldi asomando en el primer recodo del paseo del Gianicolo, y la silueta De la Villa de Finlandia semioculta por las últimas ramas de los plátanos.
Veré planear las gaviotas mientras se dejan acariciar por el aire tibio de la mañana, y veré el vecindario alborotado por la cháchara incomprensible de las cotorras, venidas de lejos y ya paisaje urbano en tantas ciudades europeas.

Haré inventario de aparatos de aire acondicionado alineados en las ventanas de ministerio de la instrucción pública sobre el viale Trastévere.  En vano intento de borrar los restos clericales de un barrio medieval, el entusiasmo de la Unidad pobló la ciudad de espantosos monumentos al nuevo régimen. Tristes copias de torpes proporciones de lo que fue la gran urbe romana. El ministerio, con su pretensión imperial en tiempos de una monarquía titubeante, impuso sus líneas rectas sobre el barrio y el paso del tiempo aconsejó refrescar los anodinos despachos con esos aparatos de aire que se asoman a los edificios de esas ciudades que quisieron ser modernas antes de tiempo y terminan por arrojar un sordo rumor de ventiladores y un cálido chorro de aire sobre los paseantes que se aventuran bajo sus ventanas.

Seguiré haciendo inventario antes de que la frágil memoria se pierda en los pliegues del hipocampo, y  me llevaré lo que importa, un olor reconocible entre todos, algún pedazo de mármol desgajado de su estatua de modo fortuito, el color de un atardecer eterno y tantas otras cosas que no quedarán de ningún modo en un inventario convencional, burocrático, mezquino.

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