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domingo, 12 de mayo de 2019

Hong Kong

Hong Kong, en chino significa puerto fragante, con esa ironía que gasta el idioma mandarín. Una de las zonas con mayor densidad de población del mundo, goza igualmente de suaves montañas de vegetación subtropical y playas escondidas a la espalda de los rascacielos.
Hongo Kong es también un juego de la memoria. Para los chinos del continente, no es sino el recuerdo de esos tratados desiguales por los que Inglaterra se adueño de este enclave para abrirlo al comercio tras las guerras del opio. Es un recuerdo de tiempos peores, que se van desvaneciendo ante el empuje del crecimiento de la China del siglo XXI. Shenzhen, el pequeño puerto de pescadores al otro de la frontera es ahora la capital mundial de las telecomunicaciones con más 14 millones de habitantes.
A pesar de esta nueva realidad, donde lo moderno y el urbanismo racional han cambiado de barrio, Hong Kong sigue recordando esa metrópoli infaltable en las películas de James Bond, esos hoteles coloniales en los que el Dry martini esperaba tras una jornada de transacciones comerciales más turbias que honorables.
Es también recuerdo de unas tierras baldías donde se certificaban los intercambios de mercancías provenientes del interior de China camino de Filipinas y de allí a los toros de Sevilla.

Es recuerdo, como casi todo lo que nos rodea. Una música, una palabra, un olor, un atardecer, un lugar nunca visto pueden desencadenar en nuestra mente un torbellino de recuerdos multiplicados por el número de los años cumplidos. El recuerdo y la memoria se inician en los sentidos, pasan de allí al Cortéx prefrontal, y posteriormente a una velocidad frenética a todos los puntos del cerebro a través de las sinapsis que fabrican el material del que están hechos físicamente los recuerdos. Luego se almacenan de una manera en criptas hasta que un nuevo estímulo sensorial los rescata, y nos invade la nostalgia.

Comienzo, tras el viaje a Hong Kong a releer a Proust comenzando por el camino de Swann, un monumento a la memoria individual, al subjetivismo de los recuerdos, que invariablemente nos retrotraen a la infancia. A esa infancia seminiconsciente que nos marcara y ayudará sin mistificaciones, sin adornos ni arañazos.
Y entretanto llega la noticia de la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba, muerte joven que conmueve las conciencias del juego político y que recuerda la fragilidad de esta vida para la muerte.

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